no somos nadie
El ojo del amo
La constitución de las diputaciones en Castilla y León ha deparado dos monumentales sorpresas. Las bases de los partidos mayoritarios se han rebelado, y los dirigentes provinciales han tenido que tragarse los hechos consumados, o los sopapos de Marta cuando está harta. Que se lo pregunten al secretario del PSOE en Valladolid o al del PP en Ávila. Los dos –que patean las franquicias que aún conserva el bipartidismo en la Meseta con idéntico gesto: aquí mando yo y el resto a escardar cebollinos en las cárcavas del Pisuerga y del Adaja–, han tenido que comulgar con ruedas de molino y dar por bueno lo que jamás hubieran consentido en tiempos de bonanza.
Javier González Trapote –un buen alcalde socialista de Villalón de Campos en la pasada legislatura– abrió la rebelión de concejales en las filas de Snchz. ¡Jesús, qué clase de constipado! Y lo hizo con honestidad e inteligencia democráticas: un concejal, un voto. Javier Izquierdo, que previamente depuró del partido a todos los críticos de todas las listas habidas y por haber, se durmió en los laurales haciendo la misma cuenta pero sólo que al revés: un concejal electo no tiene un solo voto de diputado si el secretario provincial no lanza un ¡¡¡achís!!! Gran error. Esto ocurría antes de la crisis, cuando un secretario provincial tenía poder, dineros y pintaba panderos.
Ahora el peligro proviene de los concejales sin atributos que con su voto libre se plantan ante las ejecutivas provinciales para exigir democracia interna en los partidos. Esto mismo lo planteaba Salustio, y más tarde lo copió Shakespeare cuando se consolaba diciendo que el voto de los libres «atemoriza menos que los horrores imaginarios de un rey». En resumidas cuentas, que Javier González Trapote, un concejal de base, ganó en votación abierta su acta de diputado electo frente a un Javier Izquierdo que desde la Ejecutiva pretendía todo lo contrario: mantenerlo fuera de la Diputación como a Juan José Zancada. Esto pasa porque en democracia o se manda con prestigio o se pierde por goleada.
Exactamente lo mismo le ha ocurrido al PP en Ávila: que los concejales electos votaron como Presidente de la Diputación justo el que no quería Antolín Sanz ni en pintura. Ayer sábado todavía se preguntaba el secretario provincial abulense qué cómo pueden ocurrirle estas cosas a él que mira «el interés general», y que, además, afectan a estrategias que no figuran en «la hoja de ruta del Partido». Pues ya ves, hijo mío, por algo muy elemental: porque el voto es libre y como espíritu sopla donde quiere, y porque no siempre el ojo del amo engorda al caballo. En la partitocracia española la ambición de algunos se ha identificado de tal manera con el partido que les da igual acertar en la ejecutiva o cubrirse de gloria en el lodo. Y claro, ahora se vota para cambiar, y se cambia porque se vota. Lógico.