NO SOMOS NADIE

Gente normal

ANTONIO PIEDRA

Ya tenemos Cortes en Castilla y León. Gracias, Jehová. La sesión constitutiva del martes 16 no tuvo nada de extraordinaria. Careció de aquella grandeza de los antiguos procuradores que se reunían con un punto único en el orden del día: hacer compatible el ejercicio de la res pública frente al poder real. En la sesión del martes, por ejemplo, nadie tuvo bemoles de acudir a la fórmula vigente en el medievo: «Por Castilla hablaré yo». Nadie. Uno -el de la UPL- lo hizo por el reino de León como si se abrazara al pendón de doña Urraca. Los demás hicieron de su capa un sayo. Total, que la reunión de procuradores fue lo más parecido a un concurso de ollas en la que cada ollero, como dice el dicho en Castilla, su olla alaba, y más si la trae quebrada.

Porque eso fue, básicamente, la sesión constitutiva de las Cortes: una reunión de cazos con piteras que, después de unas elecciones tan raras como las del 24-M, necesitan con urgencia ir al taller de estaño en busca de reparación. De poco sirvió que Silvia Clemente hiciera gala de una exquisita prudencia y de una delicadeza femenina muy natural frente a unos señores que la mitad eran más feos que Picio, y la otra mitad más bordes que un vendedor de estufas en el Sahara. El machismo ilusionante del que hicieron gala algunos procuradores -rechazando la medalla que gentilmente les ofrecía Silvia Clemente con toda inocencia- sonó a trallazo de arriero, a control de alcoholemia en un salón de vals.

El procurador de Podemos, Pablo Fernández, se llevó la palma del político que llega a las Cortes investido por la gracia del numen. Dijo con jeta descalificadora que se trataba de «un día histórico: por fin entra gente normal y decente en las Cortes». No jodas, Pablito, que el personal se derrite. Esto mismo ya ocurrió en la Grecia clásica con un podemita llamado Arístides, opositor de Temístocles. Estaba el pavo tan creído de su justicia, sus actos, y sus políticas castizas, que la plebe se hartó de sus experimentos y lo desterró sin más. Arístides entró en depresión y le preguntó a un simple ateniense del porqué de su voto en contra y éste le respondió: «Por nada, pero estoy cansado de oír que te llamen siempre el justo».

Podemos no se distingue -y se comprueba cada día en sus meteduras de pata-, por su justicia universal, ni por su coherencia programática, ni por su humanidad con los derechos humanos, ni por lo más elemental en política que es la ecuanimidad.

Así que la salida de Pablo Fernández en las Cortes de Valladolid haciendo cazo con las palabras -como si el resto fueran tarados, aberrantes, neuróticos, imbéciles, violentos, aviesos, deformes, trogloditas, dementes históricos, anormales sistemáticos, dañinos, indignos, sucios, viciosos, impúdicos, corruptos, inmenso fiasco democrático, y etcétera- no sólo es la mentira que no seduce al más tonto, sino una auténtica gilipollez sin crédito, ya en democracia: quien siempre miente, nunca me engaña.

Gente normal

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