No somos nadie
A buenas horas
Ignoro qué pensarán las víctimas del terrorismo de Castilla y León -un colectivo numeroso y ejemplar hasta el desasimiento- sobre los golpes de pecho del lendakari Urkullu, que ayer sábado llenaron páginas de prensa escrita y digital. Conozco alguna de esas víctimas desde la intemerata. Concretamente desde la época de plomo y persecutoria del obispo Setién. Hago mención primera a esta vergüenza infernal de la Iglesia Católica que -como cura trabucaire que fue desde el día que cantó misa hasta el último de su jubilación- levitaba con los asesinos de ETA, que negaba misas de córpore insepulto a las víctimas, y que meaba brillantina colada por una sotana negrísima cuando explicaba el quinto mandamiento como si manipulara la fruslería de una paja a media voz. Qué asco de curapio en formol, Papa Francisco. ¿Cuándo pedirá perdón Su Santidad por tanta ignominia con anillo, báculo y mitra?
Una de esas víctimas, ante la petición de perdón contrito que lanzó el lendakari el viernes pasado -el representante del mismo PNV que antaño mecía los nogales en el país Vasco para que cayeran las nueces por sí solas al dulce traqueteo de la 9 milímetros parabelum, marca ETA-, me contestó con sinceridad castellana: «Pues ya ves, que a buenas horas, mondongo verde». En resumidas cuentas: lo mismito que hace siglos escribía el arcipreste de Hita en el libro del Buen Amor: «Al que te mata so capa, no le salves en concejo». Lo que traducido en castellano moderno quiere decir algo muy sencillo: no saludes en abierto al que te ajusticia por lo bajines.
El resto suena a música celestial. De hecho -tocata y fuga de Juan Sebastian Bach interpretada en el órgano jesuita de Loyola por el decrépito Arzalluz- les ha parecido esa petición de perdón a la mayoría de asociaciones del terrorismo. Imaginar que esas palabras «reconforta muchísimo a las víctimas» -como ha declarado, inocente, la Presidenta de la AVT, Ángeles Pedraza-, no deja de ser una lisonja con brindis que no llena ningún vacío: ni el de los asesinatos, ni el dolor de los supervivientes, ni la memoria pisoteada durante tantas décadas, ni la culpabilidad de instituciones salpicadas de indecencia manifiesta.
La clave política del lendakari Urkullu a lo mejor es sincera. Pero está tan pegada en el tiempo a la barbarie de Pablo Iglesias -llamando «corruptos y sinvergüenzas» a los navarros que no voten con Bildu, incluyendo a la hija del asesinado por ETA, Tomás Caballero-, que tanta «miseria humana», como ha respondido María Caballero, no se arregla con simples intenciones. Tiene que estar sustentada por hechos. Y estos hechos, desde el tiempo de los romanos -y así se recoge en el Digesto-, se califican y se juzgan por la causa en sí. Y la causa de las víctimas nunca la ha asumido el PNV. Ni nadie con seriedad en la España invertebrada. Una vergüenza sostenida.