punto de vista
La cara y la cruz del alcalde
Triste final para el alcalde que más tiempo ha estado al frente del Ayuntamiento
En la historia de nuestra corta democracia se demuestra que lo más difícil para un político es marcharse. Pocos son los casos en los que la salida del cargo se produce con normalidad y lejos de sobresaltos que terminan siempre por dañar la imagen de la gestión. La sentencia conocida ayer que inhabilita a Javier León de la Riva obliga al político a salir del ayuntamiento de Valladolid tras 24 años de presencia en la vida municipal, 20 como alcalde. Si las urnas son juez del trabajo de los políticos, Javier León ha sido el mejor alcalde de la democracia en Valladolid. Legislatura tras legislatura, hasta 6, los ciudadanos han refrendado su gestión al frente del Ayuntamiento, cada vez con una mayoría más sólida. Su presencia en la vida pública siempre se ha caracterizado por volcarse en la gestión, haciendo un seguimiento muy minucioso y personal de la misma, hasta el punto de querer controlar absolutamente todo.
Javier León jamás no deja indiferente. O se le quiere o se le rechaza. Le pierden sus prontos y que jamás se muerde la lengua. Y en eso no han logrado pararle ni familiares ni amigos, que le han recomendado hasta la saciedad contar hasta veinte antes de responder, pero sólo lo han logrado, y a medias, en los últimos tiempos, desde «patinazos» tan sonoros y trascendentes como las referencias a la exministra Pajín o el triste episodio del ascensor.
Su mejor aval ha sido la gestión y el férreo control del grupo municipal, al que ha llevado con mano de hierro, lo que también le ha provocado algunos problemas en el seno del partido, donde su figura ha sido discutida. Sin embargo ha sido un fijo en las papeletas electorales, porque los vallisoletanos no han priorizado tener un alcalde simpático o populista y han descontado que para muchos sea un tipo polémico, adusto, duro y lenguaraz. Los ciudadanos valoran de él su trabajo, el cambio que ha experimentado la ciudad en sus mandatos y por la pujanza alcanzada en los buenos años, que ha hecho de Valladolid una ciudad de referencia en la vida nacional.
La fisionomía de la ciudad es otra. Sería prolijo enumerar todos los proyectos abordados en sus mandatos. Por citar algunos, la urbanización de calles, la modernización de los barrios, la creación de grandes espacios verdes como los parques Alameda, Ribera de Castilla o Las Contiendas, los márgenes del Pisuerga; creación de espacios urbanos como el del Museo Patio Herreriano, el de la Ciencia o la Plaza del Milenio; rutas como Ríos de Luz o el Hereje; vida en la calle con el Teatro de Calle que ahora se celebra, la Feria de Día, o los festivales de la Tapa; avanzados y vanguardistas servicios asistenciales o concentraciones como Pingüinos, con problemas en la última convocatoria. Algunos no han estado exentos de polémica en su ejecución, pero finalmente encontraron el refrendo ciudadano. Uno de sus retos ha sido optimizar la llegada del tren de Alta Velocidad, sin renunciar al soterramiento. Su gran demanda, no conseguida, que Valladolid fuera la puerta de entrada aérea de Castilla y León.
Otro aspecto valorado por los ciudadanos ha sido su profundo vallisoletanismo: «Jamás pediré perdón por defender a Valladolid», repite Javier León de la Riva como un mantra, y no se corta un pelo al enfrentarse con políticos regionales o nacionales cuando la defensa de los intereses de la ciudad está en juego. Él lo dijo siempre: «No seré palmero de nadie. La función de un alcalde es pedir y defender a su ciudad».
Para la oposición ha sido un auténtico látigo. En ello ha sido definitivo su carácter, sus formas adustas. Su exhibición de las derrotas sobre los partido de oposición, especialmente del PSOE, le han convertido en un ciudadano poco grato para esa formación, hasta el punto de que la salida de Javier León del Ayuntamiento se ha convertido en algo más que un reto político. Ha sorteado varios procesos judiciales, algunos de tal enjundia como la grave acusación de la manipulación del PGOU.
Sin embargo su final político ha tenido la doble coincidencia de las urnas y los juzgados. Las urnas, porque aunque ha sido el candidato ganador en las elecciones el domingo, no tiene apoyos suficientes para gobernar. Los juzgados, porque el proceso cerrado y posteriormente abierto, por el incumplimiento de una sentencia en el edificio de la céntrica Plaza Zorrilla donde él vive, al final no sólo lo llevo al banquillo, sino que lo ha inhabilitado por 13 meses para el ejercicio de cargo público.
La familia de Javier León llevaba años pidiéndole que dejara el Ayuntamiento, pero él se sentía con fuerza y pensó que había muchos asuntos por concluir. El PP asumía un riesgo al colocarle como candidato, pero el partido estaba convencido de que era el único que podía evitar el naufragio en un tiempo nada propicio para las siglas. Preguntado en numerosas ocasiones por la compleja situación, el presidente provincial aseguró que era el mejor y único candidato y que no había plan B. El riesgo era doble. Ni el candidato facilitó la salida, ni el partido en principio la quiso.
Triste final para el alcalde que más tiempo ha estado al frente del Ayuntamiento, triste salida para un hombre que, con sus luces y sus sombres, ha contribuido muy positivamente al cambio de la ciudad. Y otra vez más vuelve el debate sobre la conveniencia de inmortalizarse en los cargos públicos. Quienes han llegado a esta situación, no han tenido una buena salida y estos días post elecciones lo estamos viviendo en la capital de Castilla y León.