no somos nadie

Duro o desnudo

antonio piedra

Hoy se zanjan los dimes y diretes. Incluso en Castilla y León donde se conoce tan poco a l@s cabeza de lista de los partidos emergentes -Ciudadanos y Podemos- que se imagina uno que vota al Nuncio de su Santidad. Lo único cierto es que ni Albert Rivera ni Pablo Iglesias se presentan a concejales o a presidentes de la Junta, aunque lo parezca. Lo hacen sus vicarios que, dependiendo del día, llaman a los otros -o entre sí- idiotas o sinvergüenzas. Algo viejísimo que nos recuerda a la célebre disputa mantenida, en tiempos de Isabel II, entre el banquero Salamanca y el general Narváez. El financiero desplumó al general, y éste le increpó: «¡Ojalá le vea morir en una buhardilla!». Y el de los cuartos le respondió gallito: «¡Y que yo vea su entierro desde ella!».

Igual ahora. Desdramatizando las pullas electorales que acabamos de vivir en directo estos días como si actuaran los hermanos Marx -«Cariño, ve arriba, métete en la última habitación que hay en el fondo del corredor y empieza a desnudarte»-, se trata de administrar, sencillamente, los cuartos y las buhardillas. Pero con una sustancial diferencia en democracia: la solución no depende de la querella a muerte entre un general y un banquero absolutistas, sino de la ponderación del ciudadano libre que deposita su voto en una urna bien transparente. Como decimos en Castilla, menuda papeleta la suya eso de dilucidar quién da más, si el duro o el desnudo.

No hay otra forma de entender las elecciones de hoy domingo: el reparto de los dineros en ayuntamientos y autonomías. El resto es música celestial. Sólo existen dos maneras identificadas con dos estilos antagónicos: el ahorro y el derroche. La izquierda conjuga a las mil maravillas el verbo repartir a trote y moche. Pero de inmediato surge una pregunta envenenada y triple: ¿repartir qué, quién paga, y cómo se hace? Qué y quién constituye para ellos la panacea de Ulises: basta con poner tapones de cera en los oídos del votante. Justificar el cómo resulta más fácil aún. Se lo sugiere de continuo el niño a su padre que dice no tener euros: «¡Mete la tarjeta en el cajero y ya verás cómo salen!». Tema zanjado.

Por la cuenta que le tiene, tendrá el votante que escornarse y enfrentarse de una vez al adagio castellano que encarna la derecha: más da el duro que el desnudo. Además de vigilar por sus intereses económicos, que es mucho, tendrá que defender hoy domingo la limpieza democrática, que es todo. El escándalo surgió hace bien poco cuando supimos que, desde el 2006, la Junta electoral de Sevilla, basándose en una «costumbre inveterada», confundió el obligatorio recuento de actas con el coño de la Bernarda. O sea, que no hizo el recuento -¡qué aburrimiento!- y dio por buenos votos erróneos en beneficio de los de siempre. A esto, dependiendo del metro, se le llama pucherito o pucherazo. Lo que nos faltaba.

Duro o desnudo

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