no somos nadie

Con ganas

antonio piedra

El consejero de Fomento, Antonio Silván, deja el puesto seguro de la Junta para optar a la alcaldía de su pueblo –León– con el plus de incertidumbre que arrastran unas elecciones tan peculiares y reñidas como las del 24-M. Celebrado su último consejo de gobierno, le restan, como quien dice, rematar minucias protocolarias: asistir al relevo institucional, decir cordialmente adiós a sus colaboradores, y despedirse en la intimidad de una gestión positiva que ha durado doce años. Actos de importancia en la vida de cualquier hombre que, dado el talante de Silván –un político que ejerce el poder con una sonrisa y desenfado consustanciales–, realizará con ganas.

No digo que Silván se muera por pasar la página de Fomento raudo y veloz –algo incierto, ya que hablamos de un hombre que vive la naturaleza, la tecnología y la cultura con gran pasión–, sino que deja la Consejería porque, primero, su guardarropía es así de elemental: el traje que viste al amanecer sirve para toda la jornada. Segundo, porque lo que dice y hace en esa obrada sale de la misma filosofía que aconsejaba Gracián: el puesto político exige que la persona que lo ocupa sea mayor aún. Y tercero, que tanto el traje como la praxis política se alejan del falso sufrimiento que parece afligir a los políticos de ahora. Éstos parecen auténticas almas en pena que, cuando llegan a los gustos del cargo, les ocurre como en las novelas picarescas: que lloran más amargamente todavía.

Podía haber conservado Silván, tan ricamente, la consejería de Fomento hasta ver qué pasa como las calenturas primaverales de mayo que están a la vuelta de la esquina, y que para unos, tras las elecciones, se alargarán por cuatro años más, y para otros resultarán mortales de necesidad. Pero su guardarropía no tiene recambio. Tampoco los réditos de su gestión brillante. En su caso ha optado por respetar a sus votantes más cercanos –los de su pueblo, que son por ello más exigentes–, lo que no es poco en los tiempos de penuria que corren. Es mucho. Saltar de la consejería a la alcaldía con red suele ser la tentación perpetua de una casta blindada. En cambio, acudir en solitario –a pelo, y del mismo modo que el votante se enfrenta a la urna–, equivale al coraje del político honesto que en democracia pone a cero incluidos los tópicos de los propios resultados.

En esto, precisamente, cifraba Eurípides el valor y el riesgo de la política. Pero lo significativo de esta apuesta a cielo abierto, es que el candidato Silván acude a las urnas con ganas y sin pesimismos. Las palabras que se le oyen continuamente son de avidez y apetito: «ilusión», «mirar a los ojos» de la gente para superar la crisis, y creación de nuevos espacios. Y lo dice con la misma discreción y afabilidad que deja la consejería mirando a la alcaldía de León: «es que me nacieron así». Coño, algo positivo a la vista.

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