corazón de león
Molinos de viento
Don Quijote, aquel insigne hidalgo que cabalgaba a su bola por tierras manchegas, ahora los «intelectuales» modernos lo sacan en andas por toda España, como un paso de Semana Santa, para que el populacho se entere de sus venturas y desventuras. A cuento del aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes y del cuarto centenario de la publicación de la segunda parte de «El Quijote», estos días, e incluso meses, las andanzas del caballero y de su fiel Sancho van a aliviar, de alguna manera, las correrías políticas del año electoral por excelencia.
En esta España de la eterna picaresca, el que no corre, vuela. Y ya están en las librerías o en la imprenta los nuevos «Quijotes», ora para los escolares (Arturo Pérez-Reverte), ora para quienes no «entiendan» el castellano de Cervantes (Andrés García Trapiello). Al «Quijote» y a Cervantes hay que exprimirlos hasta la médula, huesos incluidos, pues lo que hoy cuenta es la mercadotecnia, un palabro admitido, cómo no, por la RAE, que viene a significar, en román paladino, la búsqueda del negocio (negoci, en catalán). Por ejemplo, hay en Madrid una alcaldesa que no ha desfallecido hasta encontrar los huesos de Cervantes por amor a los turistas, y, el otro día, un literato, hermano de José Agustín y de Luis Goytisolo cambió el chaqué por el cheque de 125.000 euros que le concedió el jurado del Premio Cervantes, un premio, que según Juan, tal es su nombre, siempre detestó. Pero los euros, o sea, la pasta, en estos tiempos es una tentación a la que no se resisten ni los más provectos intelectuales por mucho que defiendan de palabra a los parias de la tierra. Hace falta mucho dinero para mantener, en el caso del premio Cervantes, el del cheque sin chaqué, dos casas en Marrakech y en Tánger, mientras escribe sobre lo dura que es la vida del prójimo.
Y ya, aterrizando por tierras de Castilla y León, resulta que esos molinillos de viento que en su día quisieron hacer la competencia a los gigantes que imaginaba Don Quijote en sus aventuras manchegas, han devenido en ventiladores de aire contaminado por la corrupción. Desde hace décadas, con el cuento de las energías llamadas limpias o verdes o renovables… los montes de estas tierras se cubrieron de enormes monstruos con alas, para regocijo de ecologistas y familia. Eran un atentado contra el paisaje, una bofetada que había que soportar porque la energía eólica era el futuro, decía, pues el carbón, ¡ay el carbón!, era el pasado. Y, sin solución de continuidad, los campos de Castilla y León, aquellos que cantó Antonio Machado, se han cubierto de monstruosas placas solares que han marchitado trigos y asesinado grillos.
No hay poetas que canten ya estos campos, pero habrá jueces que hagan cantar a quienes los han violado.