opinión
Sesenta y cuatro escaques
El pasado mes de febrero en la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados se llegó al acuerdo, refrendado por todas las formaciones políticas, de instar al Gobierno a introducir la enseñanza y la práctica del ajedrez en el curriculum de los estudiantes. Las razones que argumentaron los diputados coincidían en que es un juego en el que los alumnos con su conocimiento incrementan sus capacidades estratégicas y memorísticas, enseña a tomar decisiones bajo presión y desarrolla la concentración, entre otras muchas cualidades. Y también, bueno es recalcarlo en momentos de limitaciones presupuestarias, tiene un coste económico muy bajo, no necesita grandes instalaciones ni grandes equipos de ningún tipo. Basta un papel sobre el que dibujen sesenta y cuatro escaques que simulan el tablero, y treinta y dos piezas que son las figuras que se utilizan en la partida. No hacen falta ni mesas, ni sillas, se puede jugar en el suelo y éste puede ser el tablero.
Si bien no es necesario gastar dinero en instrumentos sofisticados y caros, es totalmente necesario tener afición, ganas de aprender, capacidad de análisis, intuición, deseos de mejorar en cada jugada y en cada partida, memoria y mucha paciencia. El ajedrez es un juego realmente complicado a la vez que apasionante. Es un juego en el que se diseña una estrategia que se desarrolla como tácticas concretas según las circunstancias y la evolución de la partida.
La asignatura de ajedrez permitiría a los estudiantes adquirir muchas habilidades. Por ejemplo, la capacidad para diseñar una forma de actuar para conseguir un fin e ir cambiándola según se va desarrollando el proceso. Es decir, planificación y prudencia para hacer lo que hay que hacer en el momento adecuado, porque es lo mejor para alcanzar la meta propuesta. Enseña que el objetivo es lo primero en la intención y lo último en la ejecución. Ejercita en la paciencia para ir poco a poco consiguiendo fines que permiten llegar a la meta y disfrutar de ese éxito, fruto de una planificación detallada y unos movimientos precisos y exactos realizados de forma eficiente. Podríamos seguir enumerando ventajas.
No obstante, me gustaría subrayar dos. Aumenta la capacidad de concentración y de trabajo intelectual del que lo practica. Unido a la facultad de asumir el riesgo inherente a cada movimiento, perder una pieza o llevar a la derrota, o todo lo contrario. Dos aspectos que pueden y deben potenciarse en la educación. La reflexión serena sobre los datos de los que disponemos para alcanzar una conclusión; y la libertad para elegir lo que se estima mejor y más conveniente en orden a alcanzar una meta.
El ajedrez es sobre todo reflexión y capacidad para rectificar. Cada jugada permite y ofrece una nueva oportunidad para cambiar el curso de la partida. Es decir, nos proporciona la posibilidad de aprender de nuestros errores. Pero también el ajedrez se puede definir como el juego de la libertad, en la que cada jugador elige la mejor jugada, el movimiento más adecuado, para conseguir con el mínimo gasto de piezas, el fin que es la victoria sobre el contrario.
Aunque sólo sea por que el ajedrez fomenta una vida reflexiva frente a la intuición y la improvisación de la que estamos rodeados, por que fomenta dar razones para actuar de una manera determinada y por que nos compele a elegir entre muchas posibilidades al no poder utilizarlas todas a la vez, merecería ser una asignatura que formara parte de los planes de estudios y de formación en todos los niveles de la enseñanza y obligatoria para todos los alumnos. ¿Cuánto ganaría nuestra sociedad si en la aulas se formaran ciudadanos reflexivos, libres y que se usaran la razón en sus actuaciones y decisiones? Pues el ajedrez con su bajo coste puede conseguir este objetivo soñado por todos los que nos dedicamos a la Educación. Contribuiría a hacer una comunidad mejor. Para comenzar la aventura y el sueño bastan 64 escaques de un tablero, 32 piezas sobre él y dos jugadores, nada más y nada menos.