corazón de león
El Domingo
En los últimos años, llegadas las fechas de la Navidad y la Semana Santa, no faltan voces tertulianas o políticas proclamando que las dos mayores citas que los cristianos celebran a lo largo del año se han paganizado y que, en consecuencia, deberían denominarse «fiesta del solsticio de invierno» y «fiesta de la primavera», respectivamente.
Pero a tenor de lo que año tras año se observa, crudo lo tienen estas minorías que piden para ellas el respeto que le niegan a la mayoría religiosa que, por mucho que les pese, es todavía católica.
Por León, como por todos los rincones de España, católicos y no católicos, niños, jóvenes y mayores, creyentes o no, sin carné de ningún tipo (como mucho el de la correspondiente cofradía), sin esperar recompensa material alguna, han llenado, un año más, calles y plazas, desde el amanecer hasta la madrugada, durante la Semana Santa que hoy, Domingo de Resurrección, concluye. No es sencillo en estos tiempos escuchar el respetuoso silencio de las muchedumbres, o disfrutar de la armonía de las multitudes, cuando lo habitual es el altercado y la gresca. Por la capital leonesa, la única saeta suelta de estos días es la denominada «procesión de Genarín», que en un tiempo, allá por el siglo pasado, era una irreverencia poética y llevadera, pero que en los últimos lustros ha devenido en, como reconoce el escritor Julio Llamazares, autor de «El entierro de Genarín» (1981), «un desmadre, al final siempre hay alguien que lo convierte en un macro botellón». Nada que ver con las emocionantes y sentidas procesiones que durante estos días han recorrido todos los puntos de la provincia, desde la capital hasta el pueblo más humilde, en donde nunca faltan personas que a lo largo del año arrancan horas al día para ayudar desinteresadamente, en estos tiempos en los que reina el interés, a mantener y reforzar esta tradición religiosa.
Adenda.- Lo que sigue no tiene que ver con lo anterior, pero la insistencia del escritor García Trapiello en sus réplicas a Pérez, de las que Pérez y, se supone que los lectores, están ahítos, merecen un breve comentario para aclarar lo que denomina «patraña», que es palabra de grueso calibre en una réplica periodística. No es patraña que Trapiello posea un chalé en Extremadura, aunque por esas tierras lo que popularmente se llama chalé o «casoplón» allí se denomine pago o lagar. Que Trapiello («León es mi pasado, Madrid es mi presente, y Extremadura es mi futuro») se las entienda con su amigo poeta Manuel Vilas quien tiene escrito desde hace años: «En esos días Andrés Trapiello está en Trujillo, en su finca de Las Viñas (…). Lo primero que vi al llegar a la casa de Trapiello fue una piscina muy bonita, creo recordar que estaba embaldosada (…) El jardín era una incinerada quietud…». Vale.