artes escénicas

Academia propia

La nueva institución para las artes escénicas, dirigida por el vallisoletano José Luis Alonso de Santos, nace en defensa de la profesión y con el objetivo de promover la investigación y el estudio

Academia propia ical

antonio piedra

Tan sólo hace unos días -6 y 7 de marzo-, tuvo lugar en Urueña (Valladolid) el I congreso de la Academia de las Artes Escénicas de España. La Villa del Libro, y bajo el auspicio de la Diputación de Valladolid, se convirtió en el baluarte de una realidad: que hay lugares hermosos -y Urueña lo es como paisaje y valor histórico- donde belleza y arte se imponen con un poder y una luz distintos. El centenar de profesionales del teatro, la danza y el género lírico, que allí se congregaron para compartir experiencias y hablar de problemas y de futuro, pudieron comprobar que, a pesar de la crisis, esa naturaleza, ese mundo y ese arte pueden conformar una realidad placentera.

No se hablará aquí de afamados asistentes o conclusiones científicas. La prensa ya dio cuenta de ello en un ambiente de libertad absoluta. Estas líneas se limitarán a analizar la más elemental de las implicaciones que refiere el término academia. La recién constituida Academia de las Artes Escénicas de España incide en esta línea, y allí donde las otras academias españolas -la de Cine , la de Música, o la de Radio y TV- acaban. Es decir, la representación del mundo dentro de un escenario como realidad artística y metáfora de la vida. No hay otra forma posible de entender esta Academia de nuevo cuño que, en su primer impulso, se debe a la experiencia dramatúrgica y singular de su presidente, el vallisoletano José Luis Alonso de Santos.

Sus objetivos se decantan en su nombre. Primero, Academia. Esto es, lugar de raíz platónica donde la investigación y la discusión se dirigen a la excelencia como defensa del teatro y de las esencias dramatúrgicas como profesión. No se trata de un sindicato al uso o de enseñanzas alternativas, sino de encontrar, entre la imagen del cine y el arte de la palabra, el hueco de la acción dramatúrgica como estudio. Segundo, de las Artes. Es decir, algo fuera de la política, del periodismo, de la habitual moralina y las demás reservas del sentimiento. El arte aquí obliga, y acelera la visión estética de la vida hasta centrarse en el arte escénico como relación entre sociedad y administración, entre actores y espectadores.

Y tercero -quizás su acepción más delicada-, Academia de las Artes Escénicas de España. Nada de liarse la manta a la cabeza con los cinco continentes o con las autonomías políticas de nuestro entorno más inmediato que constituyen, a menudo, una trampa ficticia para echar balones fuera. ¿Es que existe un arte teatral autónomo porque las nacionalidades han dejado de ser españolas en sus idiomas, culturas e idiosincrasias? Imposible complejidad que el mismo Kant, en sus Observaciones sobre el sentido de lo bello y lo sublime zanjó de modo tajante para alivio filosófico de los españoles del siglo XXI: la aspiración de los españoles a lo grande y a lo bello se da, escribía, «de un modo portentoso, raro e insólito».

Que algo tan elemental y básico se sostenga, sin ningún tipo de complejos, desde la Academia de las Artes Escénicas de España, constituye un alivio. Por fin un grupo de agitación que pretende elevar el nivel cultural y artístico de una sociedad empobrecida. Por fin alguien que no participa del griterío ramplón y de la basura televisiva que nos inunda. Y por fin una ONG altruista de las artes escénicas que, contra viento y marea -con el IVA más demoledor e injusto de toda Europa-, emerge de las murallas de Urueña como espectáculo vivo y síntesis de amplitudes imponentes. ¡Salud!

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