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religión

Vocaciones a contracorriente

En la Comunidad, 107 jóvenes se forman para ser sacerdotes. Marcos, Jaime y Javier narran a ABC su experiencia

Vocaciones a contracorriente f.blanco

montse serrador

Marcos Rebollo Usunariz tiene 19 años y ha entrado este curso en el Seminario Mayor de Valladolid; Jaime Rodríguez Varas, con 31, cumple su tercer curso en este centro, y Javier Boada González, de 28 años está ya en la etapa pastoral, después de seis años de formación. Son tres de los 107 seminaristas que están actualmente en formación en Castilla y León, cinco más que los registrados en el curso pasado y doce más que en el anterior, según los datos facilitados por la Conferencia Episcopal Española, con motivo del Día del Seminario que se celebra el próximo 19 de marzo. Este incremento, con ser positivo, dista mucho de unas cifras que permitan asegurar que se va frenando la crisis de vocaciones sacerdotales.

De hecho, en 2012 se ordenaron en Castilla y León nueve sacerdotes, la misma cifra que el pasado año. Esta situación ha propiciado, por ejemplo, que a pesar de que la Comunidad cuenta con 13 seminarios (aunque son once las diócesis, Burgos y León tienen dos) se ha optado por agrupar a lo seminaristas, dado que Segovia tiene sólo uno, Salamanca dos y Ciudad Rodrigo tres. Sólo en Burgos, León y Valladolid se superan la docena, de forma que es uno de los dos centros de Burgos, el Redemptoris Mater (cuya formación compete al Camino Neocatecumenal), el que, con 18 seminaristas, tiene el mayor número. A continuación se sitúa, con 16, el segundo de los dos de Redemptoris Mater que existen en la Comunidad, en este caso el de León; el otro seminario de Burgos tiene 16 y el de Valladolid, 14.

Es en el centro vallisoletano donde se forman Marcos, Jaime y Javier, tres jóvenes con una clara vocación sacerdotal que les ha llevado a iniciar una etapa de formación académica, espiritual, humana y pastoral que puede durar hasta siete años. Aunque con distinto recorrido, los tres coinciden en que la razón primera que les llevó a entrar en el Seminario Diocesano de Valladolid fue «la llamada de Dios». «Te mueve Dios por medio de sacerdotes, de la familia y de la Iglesia, que te van ayudando a madurar en la vocación», asegura Javier. Su actividad parroquial y el hecho de haber estudiado en el Seminario Menor ya marcaron un camino, aunque el paso no lo dio hasta los 22 años, cuando ya tenía la licenciatura de Historia del Arte. «Entrar en el seminario tampoco significa que uno tenga claro que quiere ser cura, sino que hay un discernimiento por parte de la Iglesia para saber si tu vocación es esa», explica.

Jaime llegó con 27 años. Hasta los 12 era creyente pero luego «viví al margen de la fe, aunque con una vida que no me llenaba». De la mano de un amigo «me fui reencontrando con Dios y sentí que me llamaba al sacerdocio», por lo que entró en el Seminario siendo ya licenciado en Derecho.

La excepción del seminario

Marcos es la excepción en el centro vallisoletano, donde hace años que la media de edad está por encima de los 25 años. Con sólo 19, al acabar los estudios de Bachillerato, se convenció de que siendo sacerdote podía ser feliz. «Este primer año me ha servido para ver que tengo clara mi vocación», afirma.

Ninguno de los tres se siente «bicho raro», a pesar de vivir en una sociedad cada vez más secularizada en la que las vocaciones son mínimas, si bien reconocen la sorpresa con la que familiares y amigos recibieron su opción de vida. «Mi padre lo lleva mejor que mi madre, aunque no se imaginaban que iba a dar el paso», señala Jaime, al tiempo que reconoce que «les ha costado encajarlo». Como a los amigos, que «pensaban que iba a durar dos semanas y ahora ya han comprobado que estoy bien»,

En casa de Javier, la posibilidad del sacerdocio estaba bastante clara: «En mi familia no se sorprendieron, porque siempre era una opción que estaba ahí, y entre los amigos, la mayoría me apoyó». Sin embargo, tal vez por su juventud, a los padres de Marcos «les impactó, pero al ver que llevo aquí meses y estoy bien y contento, ellos también están felices». Como felices están estos tres seminaristas vallisoletanos que, lejos de pensar en lo que están dejando de hacer, aseguran que «aquí no se renuncia a nada porque es una opción; lo que define a un sacerdote no es sólo el hacer cosas o el tener sino, sobre todo, el ser», señala Javier, al tiempo que no duda en entrar en uno de los aspectos más controvertidos del sacerdocio: «No es una castración sino una opción de vida, una forma de amar y de entregarse a los demás con total plenitud».

El más joven, Marcos, también afirma que «no es renunciar a algo». Es más, añade que «uno cuando se casa con una mujer también se puede decir que renuncia a todas las mujeres del mundo y no es así, sino que gana». «No es una renuncia sino todo lo contrario, aquí he aprendido a vivir y tengo integrados mis afectos», concluye Jaime. Ninguno muestra sus preferencias a la hora de ejercer el sacerdocio -una misión, una parroquia pequeña, grande, un pueblo...-tal vez porque la cualidad de la obediencia la tienen perfectamente asumida. «Donde Dios quiera», dice Javier. «Mi primera expectativa es llegar a ser sacerdote», afirma Marcos.

De la Iglesia, Javier echa en falta testigos que transmitan a Jesucristo y tengan experiencia de Dios, mientras que Marcos va más allá al asegurar que «se necesitan personas que se crean lo que están contando». Y, como no podía ser de otra forma, su guía en la tierra es el Papa Francisco. Para Marcos, «nos da un ejemplo de cómo tiene que ser el sacerdote; «nos está ayudando a llegar a la gente», dice Jaime, mientras que Javier concluye que «es la prueba de que Dios existe porque el Espíritu Santo le ha escogido para guiar a la Iglesia».

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