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De la Riva: un político sin molde

Los vallisoletanos llevan 20 años avalando su gestión, a pesar de sus excesos verbales

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montse serrador

Dos décadas lleva Javier León de la Riva al frente del Ayuntamiento de Valladolid, al que accedió en 1995 después de ganar por segunda vez al socialista Tomás Rodríguez Bolaños, ya que en 1991 un pacto PSOE-IU le impidió acceder a la Alcaldía. Al consistorio vallisoletano llegó después de ser consejero de Cultura y Bienestar Social de la Junta, bajo la presidencia de José María Aznar y Jesús Posada y, más tarde, portavoz del Grupo Popular en las Cortes regionales. Ginecólogo de profesión, era habituar oírle presumir de ser el médico de Ana Botella, a quien ayudó a traer al mundo a su tercer hijo. Su difícil carácter e, incluso, su antipatía, a decir de muchos, no ha hecho mella en los vallisoletanos, que hicieron posible que revalidara su mayoría absoluta en las siguientes citas electorales, hasta el punto de que en 2011 consiguió 17 concejales, número considerado hasta entonces como inalcanzable.

Como político, no deja indiferente a nadie y lo mismo levanta pasiones que odios, no sólo entre los ciudadanos sino, incluso, entre sus compañeros de Gobierno y de partido. En su haber, la transformación que se produjo en la ciudad durante sus primeras legislaturas, en las que vieron la luz grandes proyectos como el Museo Patio Herreriano, el de la Ciencia, la rehabilitación del Calderón o la eliminación del Poblado de la Esperanza. Unas arcas municipales saneadas son otro de sus mejores avales.

En su debe, su incontinencia verbal, reacciones incontrolables, que él mismo ha reconocido y que le han llevado a protagonizar sonadas polémicas y ha generado no pocos disgustos a su partido, donde la frase «cosas de Javier» ya es un clásico. Corrió como la pólvora el «mira que machotes son esos hijos de puta», que espetó a varios jóvenes de Valladolid que le llamaron «fascista». Otras de sus perlas, por las que le han acusado de machista fueron la alusión a los «morritos» Leire Pajín, cuando era ministra de Sanidad, o, más recientemente, cuando mostró sus reparos a entrar solo con una mujer en un ascensor por si «se arranca el sujetador o la falda y sale gritando que la han intentado agredir».

Y qué decir de sus enfrentamientos con la Junta, bajo la premisa de que «primero soy alcalde», o los que ha mantenido con miembros de su propio partido, especialmente con quien fuera presidente provincial del PP, Tomás Villanueva, o el hasta hace cuatro años presidente de la Diputación, Ramiro Ruiz Medrano, curiosamente hoy su más firme defensor como candidato a la Alcaldía. Sin embargo, para los ciudadanos de Valladolid, en las últimas citas electorales ha pesado más lo que, a su juicio, ha sido una buena gestión que ha transformado la ciudad que su incontinencia verbal. Tampoco su affaire con los tribunales parece que, de momento, pese demasiado, a pesar de que esté imputado por un delito de desobeciencia que le va a sentar en el banquillo el próximo 27 de abril, a menos de un mes de las elecciones municipales y autonómicas.

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