tribuna abierta
Linchamiento tributario a los autores
El poeta italiano Antonio Porchia (1885-1968) escribió: «Cuando no ando en las nubes, ando como perdido». Estas palabras describen como pocas al colectivo autoral. Son presa fácil de los que están con la calculadora y nunca en las nubes.
La Agencia Tributaria ha iniciado una cruzada sin precedentes contra los creadores españoles. Con la farragosa normativa sobre operaciones vinculadas y sociedades instrumentales está desmantelando el ya exiguo tejido empresarial de los pequeños productores de música. Hablan de algo muy peligroso en un estado democrático: «Unidad de Criterio».
Estoy seguro de que los administradores de Justicia en el Chile de Augusto Pinochet, por poner un ejemplo de régimen con mano de hierro, sabían lo que era realmente la «unidad de criterio»: tener un saco lleno de sentencias o actas previamente redactadas que no distinguen de casos individualizados. El pobre cantautor Víctor Jara, a quien el General Pinochet mandó ejecutar, dio fe de ello.
En el caso que nos ocupa, la «unidad de criterio» no le corta las manos a un pobre diablo por cantar canción protesta. Sencillamente le descapitaliza, con razón o sin ella, para que deje de componer, cantar, grabar, o estas menudencias que hacen los artistas.
El oportunismo recaudatorio y político tiene a la opinión pública totalmente confundida. Darle publicidad al caso Joaquín Sabina o similares forma parte de la estrategia. Castigos ejemplarizantes para que el ciudadano de a pie vea que todos somos iguales, y que con razón o sin ella, vamos a aplicar «unidad de criterio».
Esto se une al momento de desprestigio que vive la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), a la que la sinrazón de unos pocos ha descrito no por lo que es, sino por el ruido y el sensacionalismo que producen los que la saquean a costa de todos los autores españoles. Pero definir a la SGAE por sus manzanas podridas sería como definir a la Guardia Civil por el caso Roldán. Obviar la gran labor de fondo que hacen realmente ambas instituciones.
Empresas con trabajadores, con medios suficientes, y generadoras de trabajo y tributos se ven de repente desprovistas de su entidad como tales por el simple hecho de pertenecer al compositor de la música. Nunca el oficio del compositor había sido objeto de tal linchamiento por parte de la Administración, que además exhibe su cuerpo magullado a los ciudadanos para que puedan estar tranquilos de que cualquier brote de talento será debidamente castigado.
Así no se administra justicia fiscal. Tan sólo se crea alarma social. El sentimiento de que sea cual sea la forma en que trabajes, Hacienda va a encontrar el modo de castigarte con dureza.
Cierto inspector de Hacienda me dijo:« si tuvieras una frutería tus cuentas serían aceptadas». Más claro agua. Las manos que diseñan las grandes directrices políticas y fiscales buscan chivos expiatorios para cumplir con sus objetivos de recaudación y de primas a los inspectores por actas abiertas. El tejido empresarial español está desmoralizado y desconcertado.
Esperemos que el colectivo autoral despierte y tome las medidas oportunas para decirle a una Administración equivocada que su trabajo merece la misma consideración que el del frutero, y que por mucho que se empeñen en desprestigiarlo, el público les quiere, y siempre, como en el caso de Sabina, llenarán inmensos recintos para repetir con ellos cada palabra de esos versos nacidos en las nubes.