edificios singulares

Mi cole es un palacio

Casonas, castillos y monasterios acogen hoy centros educativos tras siglos de avatares y guiños de la Historia

Mi cole es un palacio m. álvarez

cristina rosado

Algunos se concibieron como colegios hace más de cinco siglos, pero la historia les deparó muchas vicisitudes que les llevaron a ser desde almacén de granos y paños, a cárceles u hospitales de tuberculosos. Los siglos XIX y XX en unos casos, les devolvieron su inicial uso docente, o en otros se lo adjudicaron por primera vez, salvando de la ruina sus muros y hoy, miles de escolares de Castilla y León pueden decir que su colegio es un palacio. Son los centros educativos instalados en edificios históricos y singulares que a cada paso sorprenden por su arquitectura e historia.

Uno de ellos es el Colegio Público de Infantil y Primaria Gran Duque de Alba, en la localidad abulense de Piedrahita, que ocupa el antiguo Palacio de esa Casa Ducal. Fue Fernando Álvarez de Toledo, II Señor de Valdecorneja, quien inicia su construcción y tras ser declarado en ruina (1752), es el XII Duque, Fernando de Silva Álvarez de Toledo, quien decide construir allí un palacio a la moda borbónica de la Corte de Versalles como residencia veraniega de los duques. Las obras se realizan entre 1755 y 1756 por el francés Jaime Marquet, según los planos del arquitecto Manuel Lara Churriguera, y un «ejército» de artistas, canteros y herreros se encarga de los trabajos.

La directora del actual CEIP, Yolanda Carro, no deja de reconocer que «impresiona que un colegio público esté en un palacio», en el que pasó temporadas la XIII Duquesa de Alba, María Pilar Teresa Cayetana de Silva, con la que el palacio disfrutó de la estancia de Francisco de Goya en 1786 y quien el verano de ese año pinta varios retratos de la familia ducal y del que se dice que allí realizó los primeros apuntes de tapices como La Vendimia y el Verano.

Tras eso, la Guerra de la Independencia hizo estragos en el edificio, ya que la familia de Alba fue acusada de afrancesada, y fue adquirido posteriormente por el municipio, en 1931, para funcionar como Colegio desde la Guerra Civil, sufrir un incendio en los 50, ser instituto después y llegar a su aspecto actual tras la última reforma que tuvo el inmueble en 1995.

«Es agradable estar aquí porque no deja de ser un palacio», asegura Carro, que es su directora desde hace treinta años, mientras alaba la luminosidad del centro y la vista a la Peña Negra que se disfruta desde él, pero señala que «tiene sus ventajas e inconvenientes porque no es muy fácil ir adecuándolo a las necesidades que se van presentando».

De misterio y de leyenda

Sostiene que el edificio sirve de recurso educativo porque «los chavales pueden estar motivados para estudiar la historia de su pueblo» desde muros tan egregios. Así, a lo largo de toda la escolarización, intentan que los alumnos (que son unos 230 y de toda la comarca) «estudien su historia, su arquitectura, para que se interesen y lo respeten», no en vano ellos pueden decir que sus recreos los disfrutan en el antiguo patio de armas de un palacio. Y en un entorno de este tipo, donde las antiguas caballerizas y zona de carruajes hoy albergan el gimnasio, donde los subterráneos acogen el comedor escolar y donde existen canalizaciones también bajo tierra -«las bóvedas», que eran los desagües que rodeaban el palacio, «el atractivo» de contar historias entre la leyenda y el misterio está servido para los adolescentes.

Lo mismo sucede si se da un salto de provincia y se visita otro centro «privilegiado», el IES Duque de Alburquerque de Cuéllar (Segovia), que ocupa el castillo-palacio de los nobles de igual nombre, una edificación militar cuyo pasado podría remontarse a los siglos XIII y XIV, que en el XV fue propiedad de Don Álvaro de Luna, que está declarado monumento histórico-artístico de carácter nacional y entre cuyos muros se refugia un Espronceda exiliado en el XIX y los que le inspiran su única novela histórica, «Sancho Saldaña o el Castellano de Cuéllar».

Este edificio, que hoy alberga a unos 400 alumnos y a medio centenar de profesores, también tuvo el negro destino de, en 1938, ser penal para presos políticos y después sanatorio para presos tuberculosos, etapa que supera en los años 70 al ser restaurado como sección de Formación Profesional. Incluso en el verano de 1978, sus alumnos colaboran en la limpieza de las instalaciones que ocuparán en septiembre de ese año: la casa del conserje serían las oficinas, la biblioteca y la sala de profesores. El ala este del castillo restaurada, según cuentan desde el centro, se utilizaría para las clases de Administrativo, y en la zona sur irían las clases de Electricidad y Electrónica.

De las palabras de su director actual, Javier Luna San José, parece desprenderse que ese vínculo entre alumnos y centro ha llegado a nuestros días, ya que «no suele haber pintadas y se respeta mucho por parte de los alumnos de motu proprio, sin que tengas que decirles nada».

También considera que el hecho de que en él exista un instituto «es una manera de que no se derrumben edificios como estos», porque en el caso de este castillo, su estado era «bastante malo cuando lo cogió el Estado, y gracias al instituto se conserva el castillo», apunta.

El «único defecto» que él observa es el del inconveniente de mantener un edificio de estas características, «más costoso» que en uno más moderno. Por ello, el director de este centro que es instituto de Secundaria desde 1999, cree que sería necesaria y «recomendable una partida fija anual para mantenimiento» y obras continuadas en el tiempo para ese fin, ya que el presupuesto anual de que disponen tras la crisis se ha reducido «entre un 30 y un 40%», aunque reconoce que «cuando hay una avería o un problema se repara».

También Heriberto Ruiz, director del IES Santa María la Real de Aguilar de Campoo, se muestra orgulloso de poder ejercer su trabajo docente en lo que fue un monasterio de origen medieval que hoy es Monumento Histórico Artístico y edificio que, tras la rehabilitación acometida en los ochenta del pasado siglo bajo la dirección del arquitecto José María Pérez, Peridis, -buscando una funcionalidad al mismo-, recibió en 1987 el Premio Europa Nostra.

Ruiz afirma de su instituto que «es único por su emplazamiento» y que «estamos acostumbrados después de que lleve funcionando casi 30 años, pero cualquier otro no nos parecería lo mismo», además de que, como en otros centros de este tipo, «los alumnos se conciencian de que es un edificio histórico y contribuyen a mantenerlo y cuidarlo, y no tenemos que andar reprimiéndolos».

Su batalla, como la de otros directores de centros en edificios históricos es también poder mantenerlo y legarlo a generaciones futuras: «es muy costoso su mantenimiento porque es muy amplio y grande y sus locales tienen una altura mayor que las de los edificios habituales, por lo que asuntos como la calefacción, y en una zona tan fría como esta, es bastante costoso», apunta justo cuando Aguilar de Campoo ha sido portada de muchos medios por el temporal de nieve. Para muestra, la factura de enero de 2015 destinada a calefacción: 5.700 euros. Además, cuenta, «un edificio del siglo XII tiene poca luz natural, lo que nos obliga a tener la luz artificial encendida todo el día». Otros 2.500 o 2.800 euros mensuales.

La Junta ayuda en ese funcionamiento «porque tienen un estudio de las necesidades que comporta basadas en el histórico de años anteriores y nos suministran lo necesario», dice, pero también asegura que «la crisis ha afectado a todo y hemos tenido que hacer bastantes recortes en cualquier gasto prescindible como revistas, botellas de agua, etc.» para poder asumir el mantenimiento de instalaciones «tan complejas».

Los primeros documentos que atestiguan la existencia de este monasterio que los cobija datan del siglo XI, y el recinto incluye la Iglesia de Santa María (de tres naves y sus respectivos ábsides, de los que se conservan dos), además de una espadaña destacada junto a la portada de tres arquivoltas abocinadas sobre parejas de columnas acodilladas.

Al cenobio se unen nuevas alas y dependencias entre los siglos XVI y XVIII para formar el monasterio tal como nos ha llegado y en 1827 se pone en marcha en él un Colegio de Artes en el que se enseña filosofía, matemáticas, geografía, física y astronomía a los monjes. Pero tampoco escapa a los avatares del tiempo, como cuando en 1871 se arrancan la mayoría de los capiteles del claustro y alguno de la iglesia con destino al Museo Arqueológico Nacional, aunque el primer intento de recuperar el edifico data de la Segunda República, mientras que el impulso definitivo para ello llega de la mano de la Asociación de Amigos del Monasterio, creada en 1978. Hoy acoge en sus aulas una extensión del Centro Regional Asociado de Palencia de la UNED, junto a una nutrida actividad cultural en forma de congresos, exposiciones y otras actividades programadas por el Centro de Estudios del Románico, la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, la UNED y el propio instituto.

Para Ruiz, que lleva 10 años al frente de la dirección de este IES, el crearlo en el antiguo monasterio supuso mantener con vida este patrimonio y, a su juicio, «es rentable» que el instituto esté en ese emplazamiento «porque es emblemático en el municipio y se realizan multitud de actividades culturales».

A la vez, respalda la idea del valor educativo que el propio inmueble tiene para los alumnos, porque tienen cerca ese recurso patrimonial e histórico con el complemento de visitas que les facilita la Fundación Santa María la Real, pero también matiza irónico que «el edificio podría propiciar el estudio, la meditación, etc., pero eso no siempre ocurre; nuestros alumnos son como los de todas partes».

Quien tampoco puede ocultar el entusiasmo por la tarea que tiene ante sí y en un entorno que muchos envidiarían es la directora del IES Cardenal López de Mendoza de Burgos, María Luz García Parra. Su centro es uno de los edificios más destacados de la capital burgalesa, una construcción renacentista imponente dedicada a la docencia desde su fundación. Así, las obras comenzaron en 1538 y concluyeron en 1579, gracias a la preocupación mostrada por el cardenal que le da nombre, que en su testamento dejó escrita la fundación de este colegio, entonces de San Nicolás.

Como otros, pasó por diversas vicisitudes, como ser almacén de lanas de los comerciantes en 1806 o sufrir que los soldados franceses «se adueñaran» de él en 1808, hasta que en 1845, con el Plan Pidal de Enseñanza Media, se convirtió en Instituto de Enseñanza Secundaria. Eso sí, tras desalojar al cuerpo de Artillería, que ocupaba el edificio (1849).

Importantes profesores iniciaron su labor docente en el centro entonces, como Raimundo de Miguel, y dispuso de un Jardín Botánico, a la vez que contó con el Observatorio Meteorológico.

Número áureo

Hoy, los ricos fondos docentes de un edificio construido siguiendo la proporción del número áureo, dan muestra del ayer y el hoy de la enseñanza en España y por eso, profesores y la directora se afanan en conservar ese patrimonio. «Es nuestro deber legarlo para las futuras generaciones», indica convencida García Parra, quien ha desarrollado toda su vida profesional en este instituto y para quien «es un orgullo ser representante de la comunidad y quiero a mi instituto».

Para él son sus desvelos. Como «cada director ha puesto una gotita» en su mantenimiento, que requiere «que estés siempre en una brega» porque la calefacción consume la mayor partida de su presupuesto, porque las nuevas tecnologías, como el caso del wifi, a veces fallan entre muros tan vetustos...

Al privilegio de pasear y dar clase por dependencias cargadas de historia se suma también la directora del IES Claudio Moyano de Zamora, María del Tránsito Martín de Castro. Este edificio es un buen ejemplo de la riqueza de los inmuebles dedicados desde el siglo pasado a la enseñanza secundaria en España y la colocación de la primera piedra, un 29 de junio de 1902 lluvioso y desapacible, se convirtió en toda «una fiesta del liberalismo», como refiere la historia del centro, ya que a ella asistieron el propio ministro Romanones y Miguel de Unamuno, pero no fue ocupado por los primeros alumnos hasta el año 1919.

Para Martín de Castro, «este edificio es importantísimo en la ciudad», pero no deja también de reconocer que pese al «privilegio» de ocuparlo como docente y unos 750 alumnos y 80 profesores, «también tiene sus inconvenientes», como que «es tan grande y tiene unos techos tan altos, que calentarlo es carísimo». Así, un mes de enero como el actual, en el que incluso ha habido que poner la calefacción de madrugada para que esté caldeado a la hora de las clases, la factura puede llegar a 12.000 euros. «Esto es como en una casa normal, pero todo a lo grande», comenta, mientras relata que no pueden acometer todas las obras que quisieran en el centro, como pintar las fachadas, porque su presupuesto es reducido.

Pero también recuerda la belleza de unas aulas de este tipo para unos alumnos que respetan en gran medida sus instalaciones.

Para el director del IES Antonio Machado de Soria, Ángel Sebastián, dar clase en este centro, que tiene el honor de estar en lo que fuera el primitivo Colegio de los Jesuitas, «es todo un reto» por poder mantener «la tradición que tiene y adaptarnos a las nuevas situaciones que se van presentando».

«Sobrio y emblemático», como lo define, en pleno centro soriano, primer destino como profesor del poeta Antonio Machado (de 1907 a 1912), el edificio es un Bien de Interés Cultural heredero del primitivo colegio que se inauguró en 1585. Un incendio en 1740 lo destruyó, para ser levantado de nuevo en el mismo solar y vivió la expulsión de los jesuitas de España en 1767.

En 1841 se instala en él el Instituto Provincial de Segunda Enseñanza y hoy alberga a casi 800 alumnos, sobre los que Sebastián dice que «los que tenemos alguna responsabilidad procuramos que profundicen en la recuperación de patrimonio como este». Sobre todo, recordando que para Soria es «conservar lo que ha sido un factor de promoción social», especialmente cuando era el único centro de secundaria de la provincia, y para ello cita una de las cartas que desde la provincia pidieron al Ministerio que no se cerrara en 1849, tratándose como se trataba «de una puerta del saber».

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