al pairo
Argumentemos
Es de suponer que, visto lo visto, quienes aún siguieran encantados y seducidos por esa izquierda lobuna disfrazada de moderación ovejuna estarán en estos momentos sufriendo un cuadro de desenamoramiento parecido al que muchas parejas habrán experimentado una vez traspuesto San Valentín. Dicen los prebostes del «madurismo» a la española que les están sometiendo a un tercer grado intolerable, pero como decía el paisano Nini: «no la hagas y no la temas…» y llevaba la oveja robada al hombro. Parece que quienes venían predicando a grandes voces la transparencia, el cumplimiento de las normas y el respeto a la «res publica» y, de paso, a quienes soportamos estoicamente la hambrienta voracidad de Hacienda, ya venían haciendo, de largo, hilo con la ilegalidad. Mueve a la risa pensar que quienes acusan al «stablishment» de ser una casta pretendan confeccionar otra a partir de esa casta de la casta que es, en buena medida, la universidad española. Y da miedo pensar que, sin haber tocado pelo aún -y no será por alopecia-, ya vienen mangándola. No quiere uno imaginarse qué podría pasar si se les diera el timón del barco.
Por eso, en las elecciones de mayo quizá caigan muchos mitos y el estrépito de diletantes suene a cacharrería. Quizá la gente, a la hora de meter el papelito en la urna, se lo piense dos veces y deje los experimentos para casa, y con gaseosa. Porque una cosa es demostrar el cabreo -lógico, necesario, razonable y justificado- ante tantos desmanes y tanta desvergüenza, y otra bien distinta regalarle la locomotora a un maquinista sin carné. Como para todo en la vida, no basta con el odio para mover a la razón. Al final, la razón se mueve con argumentos -deberían saberlo-. Y argumentos, lo que se dice argumentos, ni uno. Así, escaso trecho recorrerá ese tren, Pablito.