Lo bien hecho, bien se vende

Ya sabían los romanos que la mejor forma de mantener a la grey tranquila y controlada era asegurarse de que tuvieran calor en el estómago y tiempo para el asueto («panem et circenses»). Dos mil años después poco más demanda esa misma grey. En nuestro tiempo, cualquier alcalde de pueblo pequeño -y en Castilla y León los tenemos por castigo- sabe que las dos partidas presupuestarias que no pueden faltar en su programa electoral local son, a saber, la de atender las necesidades básicas de sus gobernados y, sobre todo, la relativa a festejos. En ese sentido, seguimos siendo grey y seguimos siendo romanos. Es un poco aquello que aconsejara Lope en su «Arte nuevo de hacer comedias»: como las paga el vulgo, es justo/hablarle en necio para darle gusto.

En nuestros tiempos ese «panem et circenses» lo constituyen, por un lado, un estado del bienestar que para muchas cosas nos paraliza, y por otro, una desmesurada oferta de ocio dentro de la cual la televisión ocupa un lugar muy destacado y popular. Solemos echarle mucha culpa a la «caja tonta» del embrutecimiento y la falta de interés cultural de la gente. Y es cierto que determinada televisión-bazofia contribuye decisivamente a asnalizar al personal, pero no lo es menos que, cuando al espectador se le ofrecen espacios de calidad, bien documentados, bien realizados y bien resueltos, ese espectador interesado también responde. Es el caso de la serie histórica «Isabel», en torno a la figura de la gran reina española, y lo será el de la secuela que ya mismo ha empezado a rodarse por estas tierras sobre su nieto Carlos I. Ocasión magnífica para promocionar escenarios, en este caso castellanos. Ocasión que, si supiéramos hacerlo tan bien como ingleses y franceses, serviría para internacionalizar de paso el producto y, con él, sus efectos. La oportunidad es imperial.