Lara Bosch

De tal palo, tal astilla. A los Lara les debe este país un merecido homenaje por su magna contribución a la cultura. José Manuel Lara Bosch fue el digno sucesor, no el heredero, como tantas veces ocurre- de un imperio sustentado sobre papel (por algo dicen eso de que el papel lo aguanta todo, ¡hasta los imperios!). Un imperio que tenía embajadas repartidas por todos los salones de España. Con la creación en 1949 del sello editorial más famoso y mediático de nuestro siglo XX, muchas generaciones de españolitos aprendimos a regalar libros por Navidad, a formar bibliotecas domésticas, a llevar un compañero en cada viaje e, incluso, en algunos casos, a llenar las baldas del cuarto de estar con tres metros de enciclopedia a juego con la tapicería del sofá. Pero hasta en esos casos, la labor de los Lara ha sido y es digna del mayor encomio.

Lara Bosch parecía una de esas personas inexpugnables, grande como un castillo y descomunal como un Gargantúa dispuesto a merendarse cualquier reto que se le pusiera por delante. Daba la impresión de no tener rival que pudiera con él, y sin embargo... Dicen quienes lo trataron en corto que era un tipo cercano, amable, recto y, sobre todo, muy normal (¡qué difícil ser normal en un mundo como éste!). Con su muerte, el libro como bien tangible, como elemento coleccionable y -fundamentalmente- como industria, pierde a uno de sus grandes valedores, a uno de los pocos padrinos que pudiera haber hecho algo por salvarlo de la depredación y el intrusismo que lo acechan. Pero la muerte, siempre caprichosa, no atiende a razones. El cáncer poco a poco lo fue consumiendo. Quizá, a estas horas ya esté, con el viejo Lara, pergeñando algún negocio con que entretener el más allá. O quizá, simplemente, haya elegido descansar y en paz. Que así sea.