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«Me resulta muy difícil concebir la literatura sin el sentido del humor»
Aunque no era un autor inédito, el reciente Premio Nadal ha situado a José C. Vales (Zamora, 1965) en el mapa de la literatura española
Con una larga experiencia como traductor, Cabaret Biarritz es su segunda novela tras El Pensionado de Neuwelke. Ambas son «muy distintas entre sí», asegura, pero comparten un ingrediente esencial: el humor. Si Horacio decía que la literatura es utilidad y placer, José C. Vales cree «que debe ser más placer que utilidad».
-¿Ya le está cambiando la vida el Nadal? ¿Cómo se lleva el paso desde la trastienda de la literatura, como traductor, a estar delante de los focos?
-De momento no me ha cambiado mucho, porque la novela aparece a las librerías el 3 de febrero. Fue casi un sobresalto el día del premio Nadal y el posterior, porque tuve que hacer muchas entrevistas, a las que no estoy especialmente acostumbrado. Pero estos días son normales, de trabajo habitual. Supongo que la cosa cambiará bastante a partir del día 3, porque habrá que hacer promoción. Es una situación nueva que tendré que asumir con toda la normalidad que pueda.
-Lorenzo Silva ha señalado alguna semejanza entre Cabaret Biarritz y La verdad sobre el caso Savolta. Como Mendoza, usted reivindica el humor en la literatura.
-Sí, pero no es nada extraño en la tradición literaria española. Tenemos la gran obra de la literatura universal, El Quijote, que fue concebida como una obra humorística y de entretenimiento, aunque a partir de los siglos XVIII y XIX las distintas mentalidades y la filosofía le dieron valores distintos. Aparte de eso, desde El Lazarillo, El Buscón, Larra, el Padre Isla… los grandes autores de nuestra literatura han trabajado el humor como un ingrediente esencial de la literatura. A mí me resulta muy difícil concebir la literatura sin el sentido del humor.
-Ha citado a los clásicos, pero rara vez se habla de un libro humorístico al enumerar las grandes obras actuales...
-Sí, existe cierto paralelismo con los Oscar , que no suelen premiar las comedias. No le veo mucho sentido a este aire tristón que en la literatura española comienza con la Generación del 98. Y no me cuadra si entendemos la literatura como un reflejo del espíritu humano y la sociedad. Hay pocas cosas más saludables que el humor. Y en la literatura creo que es esencial.
-Últimamente empieza a verse el nombre del traductor en las portadas de las obras. ¿La labor de la traducción comienza a valorarse?
-Yo he tenido la fortuna de trabajar -y espero seguir trabajando, porque es algo que me divierte muchísimo- con editores que siempre han valorado la labor del traductor. Pero también creo que el traductor debe limitarse a transcribir lo más honestamente que pueda literatura que está en una lengua que los lectores no entienden o que prefieren leer en una lengua más natural para ellos. El traductor tampoco debe ser la estrella de los textos literarios. Para mí, que el nombre del traductor aparezca o no en la portada no supone un problema, lo que quiero es que se reconozca, desde el punto de vista económico y desde el punto de vista social, que hace una labor importante.
-Habla de transcripción, pero ¿no hay siempre algo de recreación en la traducción?
-Claro, hay autores que dicen que la traducción es una reescritura. Y en el fondo lo es, porque no existe la sinonimia exacta, no puede existir una traslación absolutamente literal, mucho menos cuando se trata de dos lenguas que están vivas en distintos momentos. Yo he traducido a Dickens, a Jane Austen, Crispin… que han escrito en épocas distintas. Esa es una labor filológica de tipo técnico para que la traducción tenga los menores inconvenientes posibles desde el punto de vista histórico, léxico, semántico, para que no sea un anacronismo constante.