corazón de león
Everest
Ayer fue cima, conquista y cielo; hoy, abismo, derrota e infierno. El Everest leonés se levantó hace más de cincuenta años en la frontera donde la ciudad perdía su nombre y se convertía en un descampado de caminos polvorientos en verano, dignos de Azorín, y en barrizales invernales que acogían casuchas con sus humildes huertos y escasos frutos. Nació Everest en una nave de la Avenida de San Juan de Sahagún, una senda cuyo único norte eran el colegio de los Jesuitas, construido a finales de la década de los cincuenta del siglo XX, y los montes de León, siempre allí, al fondo del lienzo, impertérritos en su doble faz de abrazos acogedores y gélidas bofetadas.
Nació la editorial Everest entre polvo y barro, en una época en la que no existían los modernos emprendedores de hoy, sino osados empresarios que apostaban sus ahorros en el tapete de la incertidumbre, pues de aquéllas los tiempos eran mucho más infelices e inciertos que los de hoy, salvo para quienes vivían de las herencias del estraperlo de la posguerra civil o de las «comisiones» políticas. Nada nuevo bajo el sol. Nació, creció y se hizo grande Everest no sólo en la provincia leonesa; se alzó como una de las grandes editoriales españolas, y de su humilde cuna en la cuneta de un camino polvoriento o embarrado pasó a conquistar el cielo en una sede industrial en la que el asfalto, e incluso el aeropuerto, estaban a dos pasos para facilitar su expansión y su poderío.
La editorial leonesa Everest está asomada hoy al abismo tras la conquista de ser pionera en publicar guías de viajes o libros de cocina con una calidad informativa y tipográfica que ya quisieran hoy, décadas después, muchas editoriales de renombre. Decir Everest era decir calidad, profesionalidad y verdad. Sus libros, también de texto, de literatura infantil o juvenil, o diccionarios y atlas, incluso de poesía, están en las bibliotecas o anaqueles de muchos hogares españoles. Eran objetos de lujo y de culto que nadie, en una mudanza, osaría tirar a la basura. Pero, ¡ay!, llegada la crisis, la económica y la otra, la principal, la de valores, Everest se está derritiendo como un helado, ella que fue una de las montañas más firmes de la cordillera editorial. Dicen las encuestas que el personal ya no lee libros de papel, que ni de ortografía, ni menos de caligrafía, saben las nuevas generaciones, que internet es el dios de la cultura y de la educación. Tiemblan de frío y miedo las editoriales, no sólo Everest. Es abismo lo que ayer fue cima.
En los últimos meses, los «eres» y los impagos han puesto en pie de manifestación a los trabajadores de Everest. Son muchas familias, más de trescientas, las sufrientes. Por ellas y por lo que Everest ha significado para León, urge la ayuda política y económica para salvar un monumento que no es la catedral, pero casi.