no somos nadie
¿Venganza papal?
Se lo advertí a un amigo entrañable y conocido periodista: «No te hagas ilusiones, pero un Papa jesuita nunca vendrá a Ávila para festejar el centenario de Santa Teresa». Y él, que es limpio de conciencia y de sentimientos, me contestó señalándome las calderas de Pedro Botero: «No seas malvado, que te vas a condenar. Eso que cuentas son viejas historias que no vienen a cuento». Maldita sea mi estampa porque, en el fondo, yo quería que viniera el Papa, y resulta que, contra todo pronóstico, no vendrá. Laus Deo. Pero vayamos al meollo de la cuestión, y no al lío de las periferias que tanto le gustan al Papa Bergoglio para transitar como un jesuita por el mundo.
¿Y por qué este Papa no quiere visitar Ávila con motivo tan solemne? Qué sé yo. Misterio indescifrable. Eso es como preguntarse qué viste el Papa debajo de la sotana blanca. Todo el mundo imaginaba una blancura total. Por esta razón, Rubén Darío llamaba a León XIII -el Papa Pecci- Su Santidad Blanca. Pero llegó Bergoglio y demostró que, sobre todas las cosas, era jesuita hasta en los pantalones negros. Así que la sotana del Papa, desde el primer día del argentino, ya no es blanca como la Inmaculada Concepción. El trasluz de los pantalones negros es tan poderoso que la hacen unas veces de un amarillento apagado, y otras de un blanco roto en amarillez mortecina. Pero sotana blanca, lo que se dice blanca-blanca, jamás.
¿Habrá alguna razón histórica para no venir a la Ávila teresiana? Ni remota idea. La Santa, según cuenta ella misma, tuvo más de un confesor jesuita que le ayudaron en sus fundaciones y en su camino de perfección. Pero, al parecer, hubo también alguno que le proporcionó algunos sinsabores, hasta el punto de interponer un sutil velo entre la clausura de sus monjas y algunas predicaciones. De hecho, la huella jesuítica en Ávila está surcada de silencios elocuentes. Pero en este capítulo de dimes y diretes hubo de todo. Incluso agustinos que pusieron palos en las ruedas de la reforma, a pesar de que Fray Luis de León fuera un gran admirador de la Santa. Todo muy complejo y misterioso. En suma: que no creo que se trate de una venganza papal, como hilvanan algunas sugerencias. El Papa no viene a Ávila porque, sencillamente, no le da la santidad gana y amén. Qué sé yo... Si Ávila fuera Sri Lanka y hubiera pocos católicos, o existiera un templo budista cerca de la Casa de la Santa -como ocurrió en Ceilán el pasado 14-, pues a lo mejor se hubiera desplazado para echar un vistazo. A lo mejor tampoco le gusta el anunciado menú turístico teresiano a base de sopas de ajo y cordero. Los gustos de los Papas, a veces, son tan intratables como el dogma: todo depende de sutiles enseñanzas. El obispo de Ávila nos ha dado la pauta metafórica: estamos «muy tristes», pero felices porque «el Papa está muy cerca de nuestra Diócesis». A miles de kilómetros, pero tan cerca...