no somos nadie

Amistades peligrosas

antonio piedra

Algunas peligrosísimas. Esa foto del viernes del señor Tudanka con el filoetarra Errekondo en Madrid -ver ABC Castilla y León, página 79-, dirigiéndose miradas cómplices -el uno por encima de las gafas y el otro más feliz que el burrito sabanero caminito de Belén-, es realmente tierna. Tan entrañable que nos recuerda a la corte frivolona de Carlos X en Francia, donde hacerse un solo tirabuzón de pelo -uno- costaba más de quinientos francos. Un día, su majestad se embobó ante una dama que lucía una peluca empavonada: «Señora, estáis admirablemente peinada. ¿Todo ese pelo es vuestro?». Y la dama, que tenía espolones en los bucles, respondió con un suspiro: «Ay Sire, el delantero es mío, pero el trasero es postizo».

La política española lleva mucho tiempo calzando pelucas con torretas como bancales de Babel: el delantero suelen ponerlo los políticos, pero el trasero pertenece por entero a los partidos. En medio, y más estirados de pelo que la Pantoja, los ciudadanos. Unos, majaras del todo haciendo alunizajes en Génova 13; otros, engordando el pavo de Podemos hasta que reviente el bucle de las encuestas; y los más, con postizos en el trasero para ver cómo se llega con cierta dignidad a fin de mes sin que se note demasiado. En resumidas cuentas, que seguimos en esa eterna peluquería de Carlos X donde el implante de un rulo va camino de ponerse a cojón de mico.

Como al señor Tudanka no le gusta el paisaje de Garoña, quiere que los castellano y leoneses estemos guapos, y que nos hagamos por vía de urgencia eso que se llama en estética taraska un desrizado de Kadus con mascarilla. Es decir, desea ardientemente cerrar Garoña de una vez por todas y sembrar Castilla de molinillos corre-corre que te pillo, y de girasoles renovables hasta que, definitivamente, el pago por un kilovatio político y medioambiental acabe con el poco pelo que nos queda y con la cartera que aún nos dejan portar como si la tuviéramos llena. Para ello se ha liado la manta a la cabeza con proetarras, nacionalistas batasunos, y demás minorías con permanente, a quienes les importa un soberano caracol dejar a más de mil trabajadores a la luna de Valencia.

Y estas son las amistades peligrosas del señor Tudanka que, batasunizado ahora por los rizos de Mikel Errekondo, sólo pretende un planchado de pelo. Loable trabajo de peluquería sostenible que, desde los tiempos de los clásicos, tiene un inconveniente insalvable en época de elecciones: resulta maravilloso tener amigos como estos, pero lo fastidiado de semejantes compañías es que alguien los necesite y solicite tanto. A pocos meses de la campaña electoral, esta alianza podémica semeja un error elemental en peluquería. Me refiero a la elección de planchas. Hay que comprarse una suave, de voltaje ligero, y que no sea tan agresiva al cuero cabelludo. Puede chamuscarse el bulbo piloso incluso en Navidad, Tudanka hijo.

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