opinión

Educar es una tarea también de padres

salvador rus rufino_Dtor. Agencia para la Calidad del Sistema Universitario de Castilla y León

Marco Aurelio, el emperador-filósofo, en sus Meditaciones, un auténtico testamento vital que no pierde actualidad con el paso de los siglos, agradecía a su bisabuelo el haberle proporcionado «buenos maestros en casa y el haber comprendido que, para tales fines (la educación), es preciso gastar con largueza». Es decir, que se había ocupado de su formación buscando lo mejor que había y sin reparar en gastos y sin ahorrar esfuerzos.

Padres e hijos forman una unidad que conocemos con el nombre familia. En ella los padres tienen la obligación de alimentar y socializar a sus vástagos. Ambas tareas, fundamentales para la subsistencia y el desarrollo integral del ser humano, tienen mucho que ver con la educación. No basta con nutrir el cuerpo, también hay que ocuparse de alimentar la mente para que el ser humano vaya descubriendo y conociendo el mundo que le rodea, para hacerse cargo él y vivir en él, convivir con otros. Pero a la vez que se forma la mente, hay que enseñar estilos de comportamiento, maneras de relacionarse con otros para convivir en un mismo espacio de forma cooperativa. La formación del ser humano debe conseguir equilibrar dos aspectos: el intelectual y la capacidad de acción. Sin él nos resulta imposible concebir y proyectar una forma de vida y, menos aún, realizarla.

Padres e hijos deben caminar juntos, manteniendo una íntima relación entre ellos en la que los jóvenes miren, al principio, el mundo a través de los ojos de sus mayores, y poco a poco, con el paso del tiempo y la adquisición de conocimientos y experiencias, adquirirán su propia visión que transmitirán a las siguientes generaciones en un diálogo continuo libre de dominio e imposiciones.

Educar en libertad es hacer seres humanos, futuros ciudadanos, responsables de sus actos, comprometidos con su entorno e innovadores con la realidad que comparece ante su mirada. Educar es una tarea necesaria e irrenunciable que deben asumir los padres como una gran oportunidad para dar lo mejor de sí mismos a otros, para perpetuar su vida y su espíritu en sus descendientes más allá de los bienes materiales que sirven para pasar la vida, pero no para vivirla en toda su plenitud e intensidad.

Formar a los hijos es un acto de donación perfecta donde hay que darse sin medida y, como decía Marco Aurelio, con largueza, poniendo a disposición de los hijos los medios necesarios para que crezcan en todos los sentidos. Ellos son el futuro que hay que educar desde un presente tomando como instrumentos aquello más valioso de lo acaecido. Cada día que vemos despuntar al sol, estrenamos una nueva existencia, en la que podemos formar a otros sin que el pasado los encadene y el futuro les torture y angustie impidiéndoles volar con libertad.

Así como a las plantas las endereza el cultivo, a los hombres la educación. Los padres debemos enfrentar la formación de los hijos como una gran oportunidad para hacernos y hacerlos mejores. Dando lo mejor de nosotros y sacar de ellos lo más excelso para que alcancen lo excelente.

Educar es una tarea también de padres

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