al pairo
El honrado Pedro
Sin duda, la noticia más amable de la semana ha sido la del honrado Pedro. A estas alturas todo el mundo sabe de memoria la historia de este joven nigeriano que devolvió un maletín con casi dieciséis mil euros en su interior. Y, aunque bien es cierto que el honrado Pedro desconocía su contenido cuando llamó a la policía, su gesto sigue siendo loable. La anécdota llega, además, en un momento en el que se ha puesto de manifiesto la avaricia insaciable de otros muchos que ya de por sí tenían una vida mucho más acomodada que la suya; casi regalada, podríamos decir. Quizá por eso los medios de comunicación se hayan hecho tanto eco de un gesto que, por otra parte, no debería ser una excepción sino la regla.
El hecho de que la historia del honrado Pedro haya transcendido tanto se debe sin duda a dos razones: la primera es que a todos nos gusta ensalzar el buen corazón de alguien a quien, dadas sus circunstancias, le hubiéramos perdonado fácilmente el haber elegido lo fácil, es decir, quedarse con el parné. La segunda es que vivimos en una sociedad tan moral y éticamente enferma que cuando alguien hace sencillamente lo correcto elevamos su acción a la categoría de inusual, inédita y casi única. Pero en verdad lo que ha hecho el nigeriano Peter Angelina es simple y llanamente lo correcto. El problema es que lo correcto no es lo frecuente y prueba de ello es que muchos de sus vecinos y amigos le han dicho al honrado Pedro que «ha sido tonto al devolverlo». Y en tales circunstancias, hay que preguntarse entonces qué hubieran hecho los amigos del honrado Pedro de haber tenido en sus manos una tarjeta negra de Bankia o un contrato multimillonario bien amañado. La respuesta parece evidente.