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Música en vena

Joaquín Díaz cumple medio siglo en el mundo de la música. La otra faceta del etnógrafo ha fructificado en un centenar de discos y recitales por medio mundo. Una exposición repasa cincuenta años de una pasión

Música en vena f.heras

p. Lambertini

La exposición titulada «Joaquín Díaz 1964-2014. Música en vena», que puede contemplarse estos días en el foyer del Teatro Zorrilla de Valladolid, recopila cincuenta años de actividad de un músico cuya vocación inquebrantable se sustenta sobre argumentos universales. De ahí ese título, «Música en vena», un remedo de las palabras del propio Joaquín al recordar que seguramente de niño sintió una particular atracción hacia la música, que inclinó sus aficiones tanto como su vida profesional.

En un libro de 1935 titulado Vocación y ética, Gregorio Marañón señalaba que la vocación genuina es una pasión desinteresada de la que dependen la construcción de la persona y la felicidad futura del ser humano concreto; por tanto, al contrario de lo que sugiere su etimología, la vocación no sería simplemente una «llamada», sino un «proyecto». La coherencia vital y profesional de Joaquín Díaz sin duda obedece a ese presupuesto, y ese es el sentido que se ha querido insuflar a esta exposición, que se estructura en dos partes diferenciadas: por un lado, una serie de paneles, que aderezan las paredes del foyer, dan cuenta de las vicisitudes biográficas de Joaquín Díaz, siempre en relación con su carrera profesional; por el otro, varias vitrinas muestran valiosos y originales documentos -manuscritos, partituras, papeles personales…- que complementan la información de los paneles.

El recorrido de la exposición se configura en cuatro etapas, que se corresponden con cuatro largos periodos en la vida de Joaquín. La primera, titulada «Niñez y juventud: nada más despertar», abarca a grandes rasgos los primeros años de estudios y música, desde el niño con la guitarra que aparece en las fotografías, pasando por el adolescente solista de la Escolanía de la Salle, hasta el joven que forma su primer grupo con los compañeros del instituto en 1964. La segunda se inicia al mismo tiempo que su carrera discográfica, por eso junto a los paneles de fotografías comienzan a desgranarse también cronológicamente las portadas de todos sus discos, en torno al centenar. Bajo el título «El concierto como aventura» se glosa esa década en la que Joaquín vivió dedicado a los escenarios, viajando por todo el mundo de recital en recital, forjándose un repertorio propio y una voz madura y distintiva.

La tercera etapa arranca en el momento crucial en el que el cantante de éxito decide abandonar los conciertos para dedicarse en cuerpo y alma a la investigación, que para él iba a suponer, como expresa el título de esta tercera sección, una forma de libertad. Ya en su juventud había anidado en él esta pasión por preservar la memoria -como atestigua en la exposición la factura de compra de su primer magnetófono-, que a partir de aquí iba a convertirse en propósito trascendente. La cuarta, por fin recoge bajo el acertado título de «El maestro o la modestia dorada», los últimos años de una carrera que ha alcanzado de pleno una índole fundacional. Así lo corrobora la creación de la Fundación Joaquín Díaz y el Centro Etnográfico de Urueña, que gestiona un archivo sonoro con más de 14.000 registros y asesora a investigadores de todo el planeta, constituyendo una de las instituciones de referencia mundial en el ámbito del folklore y la tradición.

«Música en vena» detalla la consistencia de un proyecto vital que se ha edificado sobre guiones solidísimos, aquellos que Marañón resumía afirmando que «la vocación auténtica no es nunca platónica, sino que implica inmediatamente el «servir» al objeto de la vocación». Un servicio que Joaquín Díaz ha asumido como lo hacen los sabios: sin alharacas, pasito a paso y con fino humor. Una táctica que en él es seguramente natural y no impostada, y que responde a una generosidad consustancial, característica propia del verdadero intelectual, según Ortega y Gasset: «El Intelectual no puede, aunque quiera, ser egoísta respecto a las cosas. Se hace cuestión de ellas. Y esto es el síntoma máximo del amor. No están ahí para aprovecharlas sin más, como hace el Otro, sino que su vida es servicio a las cosas, culto a su ser».

La Diputación de Valladolid y la Fundación Jorge Guillén han dispuesto en el Teatro Zorrilla una pequeña alhaja que, sin duda, el homenajeado merece sobradamente, y que no defraudará a sus posibles y acertados visitantes.

Música en vena

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