cyl/no somos nadie
Pincho de tortilla
Desde marzo de 2004 no se conocía una crecida del Pisuerga -de las que celebran los vallisoletan@s con un pincho de tortilla- como la que provocó Íñigo Errejón el pasado 18. En el auditorio de la Feria de Muestras se colgó también el cartel de la riada: «Aforo completo». Según cuentan, se quedaron más de 200 personas colgadas de la barandilla del puente Mayor. Una inundación similar a la que provocó Felipe II desde Valladolid cuando envió a la coronación de Sixto V un embajador jovenzuelo e imberbe. El papa bramaba, y le espetó al pequeño Nicolás, pues así se llamaba el joven aristócrata: «¿Tan ayuno anda vuestro amo de hombres que me manda un mozo sin barba?». A lo que respondió el lampiño con descaro: «Si mi rey creyera que la respetabilidad consiste en la barba, os hubiera enviado un macho cabrío».
Con partido recién estrenado, Pablo Iglesias -el nuevo Felipe II con casta que hasta ahora encuestas y TVs se le ponen todas de perfil-, mandó a Valladolid, actual capital del pincho, a su pequeño Nicolás con una misión trascendente: repartir raciones de tortilla gratis por l@s márgenes del Pisuerga. El becario de la Universidad de Málaga -casi dos mil euros al mes por ver la Alcazaba a distancia o en plastilina- lo hizo con esa audacia que tiene la escoba desatada a la que le importa un bledo la papada.
Cuando en el foro de Pucela le preguntaron por su famosa beca, respondió que «en un país con escándalos de corrupción constantes» lo suyo, en realidad, no cuenta porque su caso es evidente: se consiguió «por concurso público». Toma. Como si Pujol o Bárcenas no concursaran a saco en los Presupuestos del Estado. La beca de Errejón y la empresa de Iglesias a cojón, o tuerca bien engrasada que no paga impuestos, ya refieren un triste Waterloo para Podemos que demuestra una realidad corrompida nada más nacer: que no son más que políticos exactamente igual que los demás. Pero en su caso con una peculiaridad novedosa y cruel propia del signo de los tiempos: que antes de dar la vuelta a la tortilla con tuerca se zampan el hornazo.
Con estos dos puntazos -confundir una empresa y una beca con un pincho de tortilla- la moralidad de Podemos ha quedado tocada y semi hundida. La razón es muy normalica. A la gente le encanta comer tortilla porque supone una simplificación maravillosa de huevos y patatas para todos. Como ocurría con Lenin y Stalin, que eran grandes tortilleros con jamón, Podemos reparte pinchos callándose la parte oculta del programa: que cuando uno pida el pincho de tortilla prometido lo fusilan al amanecer. Por tanto, hemos llegado al fondo: que aclaren de una vez la parte de tortilla que nos toca a cada uno. Lo demás no pasa de ser un pincho chino, cubano, iraní o venezolano. Si un día me fusilaran por escribir sobre tortillas líricas, que conste: reclamo desde ya mi pincho de tortilla real. Y aquí paz y después gloria.