noción personal
Un León sin cabeza
Existe a nivel mundial, con base en Estados Unidos, una teoría llamada «conspiratoria», donde se intenta explicar que todos los males prácticamente provienen de los gobiernos, especialmente del norteamericano. Esa corriente de opinión cuenta con su propio mercado de películas , documentales, libros y un sinfín de conferenciantes en los cinco continentes. Esa forma de pensamiento, en la mayor parte de los casos más fantasía que realidad, lleva en ocasiones a enganchar a determinadas personas con rasgos paranoides.
En León existe en el sustrato de su propia identidad un lejano temor, rechazo, respeto y, en ocasiones, obsesionante pensamiento hacia lo castellano. No en vano, en la construcción de España como Estado moderno, el testigo de cabeza de Imperio pasó de la Corte de León a la Corte de Valladolid. Algunos, sin embargo, parecen haberse quedado anclados en ese remoto pasado glorioso del noroeste de lo que hoy es parte de Castilla y León como ente autonómico. Lo mismo, pero a la inversa, les sucede a ciertos castellanos cuando piensan o hablan de sus vecinos del norte.
El fenómeno leonesista, lo hemos dicho aquí en ocasiones, va cobrando su sitio adecuado en el mapa político, el de la disgregación por un exceso de celo localista en un mundo global donde el grande se come al chico en todos los ámbitos. No existe un leonés que no se sienta leonesista de corazón.
Últimamente, con años de normalidad autonómica, el poder de una Administración para nueve provincias ha dado como resultado un «cabezón en Valladolid», en palabras de Martín Villa, «que no era eso lo que teníamos pensado en origen». Valladolid, a todas luces, parece haber acaparado todo atisbo de desarrollo y crecimiento casi unilateral. Para no dar árnica a los amigos de la «teoría conspiratoria» en clave regional, esperemos que con el poder político no suceda igual.