al pairo
La tarjeta
Dicen los sociólogos que las tarjetas, especialmente las de crédito, hacen más sencillo el gasto. El pago con dinero de plástico no aligera el bolsillo de forma inmediata y genera una imagen especular del dispendio. Así, lo que en dinero contante y sonante se nota al momento, en dinero figurado no produce el mismo efecto. Y eso cuando el que gasta tira con pólvora propia, imagínense cuando es pólvora del rey.
Hace tiempo que la Junta de Castilla y León, entre otras instituciones, eliminó del «kit de alto cargo» las tarjetas con «cargo» al erario público. Una medida que sin duda habrá evitado muchas tentaciones. Pero entonces lo que no se entiende es que en pequeños ayuntamientos como el de Aldeamayor de San Martín, en Valladolid, se siguiera repartiendo tarjetas entre los concejales «para los gastos de partido». Al margen de si se hizo un mal o buen uso de las mismas, lo que no tiene un pase es que existieran en sí mismas.
Después del escándalo de las negras de Bankia y las que, seguro, aparecerán en breve en Caja España & Co, ahora llega el sainete de las «rosa» de Pedro Farré, el ex directivo de la SGAE que pagó con ellas casi cuarenta mil euros en hetairas de lujo. Según él, las tarjetas se usaban para «el agasajo corporativo de terceros», es decir, que las prostitutas no eran para uso personal sino para agradecer los contratos celebrados con otras empresas a través de sus representantes legales -no sé qué es peor-. Y en el colmo de la desfachatez, ante el juez, Farré afirmó que en los locales de alterne donde prestaban servicios aquéllas, él celebraba seminarios y foros universitarios. Menos mal que en España últimamente los jueces no hacen más que sacar tarjetas rojas, como en el fútbol. Penalti y expulsión, Rafa. Penalti y expulsión…