corazón de león
Hojas como puñales
En este otoño leonés las hojas de los árboles que ayer parecían enhiestos y majestuosos caen en picado, lanzadas como puñales por el viento vertical que exhala el ángel de los infiernos; como puñales, sí, o como espadas de Damocles que en las bóvedas de los palacios y sedes institucionales pendían sobre la indiferencia y la soberbia de quienes se dedicaban a escupir al cielo. Caen las hojas de otoño como granizo tormentoso y no hay paraguas que sirvan de escudos. Y cae, sobre estas tierras leonesas, el frío que no sólo es el que baja de los montes nevados, sino el que transmite la pena, el que atraviesa, además de los huesos, el alma y la esperanza. Mucha pena es la que los ciudadanos leoneses sienten en este otoño cuando observan que de los árboles que creían cobijo se han desnudado de hojas y ramas dejando al aire sus vergüenzas. La sombra agradecida que antaño daban, cuando los veranos y primaveras de esplendor, se convirtió en sombra tormentosa, e incluso sus raíces, que parecían de siglos, resultó que estaban putrefactas. Caen en picado hojas y ramas en este otoño leonés porque no hubo poda en su momento ni abono en su día; porque los jardineros de turno nunca conocieron la sencillez de las violetas ni la verdad de las rosas y plantaron árboles que creían eternos, cuando por estas tierras lo único eterno parecía la catedral gótica y el San Isidoro románico; pero ni ello, pues la catedral se desmorona por el abandono y la basílica por la frivolidad del grial. En este León sólo queda en pie Guzmán el Bueno y la Inmaculada que creó el recién fallecido escultor Marino Amaya. El resto, la universidad, el aeropuerto, el Museo de Arte Contemporáneo… son árboles plantados por políticos aficionados a la jardinería del bricolaje. Otoño duro, y peor invierno, el que se avecina por estas tierras curtidas en fríos y calamidades. Ahora son otras adversidades las que acechan y para las que no basta el abrigo ni el sacrificio para afrontarlas. Los de antes, los mayores, superaron en su día, una posguerra de hambre y sufrimientos; dieron hasta la última gota de sudor e, incluso, de sangre, por sus hijos. Hoy el sudor es frío, no del frío del otoño invernal, sino el de la angustia al comprobar que no hay árbol que cobije ni violetas que contemplar. Por estas tierras las gentes de bien laboran como las de antaño para ganarse el pan de cada día, mientras observan, con no poca indignación, cómo sus árboles protectores no sirven ni para leña, pues su humo atufa incluso la chimenea del hogar. Cae el otoño en León, caen hojas como espadas, llega el frío como carámbanos clavados en el pecho, en el alma, pero la primavera será posible si algún día estos políticos dejan de plantar y agitar árboles de hojas como puñales.