no somos nadie
Celestiales chocheces
La tontuna, disfrazada de superchería y latrocinio, se ha instalado en la política y en la sociedad española para no marcharse. Como la educación general y básica es un espanto donde lo grosero y lo necio juntan letras con dificultad para hacer oposiciones y ganarlas, pues sucede lo que vemos a porfía y con flores a Pujol o Mas: que el concurso de sandeces rivaliza con aquello que escribía Ortega con tanto aplomo: que la «estupidez no se puede dominar si no es con otra». En medio de este panorama desolador se salvaba la Santa Madre Iglesia -así la llamaba mi abuela, que en paz descanse- como un referente estable.
Pues ya ni esto. Con este Papa de celestiales chocheces el espíritu hace aguas como un signo más de los tiempos. Hace tres días, nos enteramos por internet de la última ocurrencia papal: Francisco I convertía el patrimonio de San Pedro -que pertenece al pueblo de Dios y en absoluto a su Vicario en la tierra- en una comidilla de empresa para la marca alemana Porsche. Alquilaba la Capilla Sixtina -donde baja el Espíritu Santo para elegir a los sucesores de Pedro-, y también los salones vaticanos, a 40 ricachos con bula. He aquí la cuenta: cinco mil euros por barba, igual a doscientos mil euros, más la propina. Una delicatessen con agua bendita que diría Lutero.
Garrafal error que, si fuera aislado, caería en saco roto per angusta ad augusta: por lo estrecho a lo sublime. Pero como no estamos en año 27 -el año de 1527 en el que el césar de todas las Españas Carlos V saqueó Roma-, cabe repetir lo mismo que, con tal motivo, se decía con sorna en la Lozana Andaluza: «Año 27, deja a Roma y vete». Este Papa tiene el récord de errores que asustan al más devoto como para hacer el petate y salir de Roma cuanto antes. No me referiré al reciente sínodo de obispos porque, sencillamente, al ser un lego absoluto en cuestiones dogmáticas, mi tejado es de cristal y me rompería la crisma al primer argumento.
Voy a lo normalito. Empezó el jesuita recetando «misericordina»: una chorrada porteña para rebajar con zarzaparrilla la teología que late en la virtud de la misericordia. Siguió prohibiendo en el Vaticano los conciertos de música clásica porque eran cosa de príncipes. Lo que convirtió en dogma la insolencia de Shakespeare: «el demonio citará la Sagrada Escritura, si viene bien a sus propósitos». Y así se cargó Francisco I siglos de gregoriano, de música clásica, o las sublimidades de Palestrina o Tomás Luis de Victoria. Lo de la Porsche es como abrir las puertas a gran hermano para que la Milá -que ama tanto a las putas- haga un reality «polivalente» de Adán y Eva en pelota picada, y a doscientos mil euros sesión, como en el tango de Mafalda: «Le propuse de inmediato ir a Monjitas,/ y me dijo que ella a alguien esperaba./ Y le dije que tenía 5 luquitas/ pa’ pegarme con ella una refregada».
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