confieso que he pensado
La vanidad
Encauzar nuestra vanidad hacia terrenos más productivos, abandonar el alimento del folclorismo y la autoexaltación artificial, supondría la mayor de las revoluciones sociales y económicas del archipiélago
A Arquímedes le bastaba un punto de apoyo para mover el mundo, pero no es la palanca la que mueve el mundo, sino la vanidad. La vanidad no es exclusiva de los individuos; forma parte de las propias sociedades. A través de ella se idea, se crea, se avanza, se logran metas que quedan alejadas del resto del reino animal. Porque la vanidad no es otra cosa que lograr la estima de los demás, y a través de ella, la propia.
En buena medida actuamos con el objetivo de que los otros se rindan ante nuestros logros, una peculiaridad que se traslada a los barrios, las ciudades, las regiones, los países, las razas, las generaciones y a cualquier colectivo que se identifique como tal. Saciar la vanidad es casi tan importante como saciar el hambre . La vanidad ha causado dolor y desgracia, ha provocado guerras y millones de muertes, pero al mismo tiempo ha posibilitado el avance de las ciencias y las artes. Sin ella seguiríamos viviendo como bestias. Es una de las contradicciones más notorias del ser humano.
La vanidad herida del pueblo alemán provocó la invasión de Polonia (prometer una fuente inagotable de alimento para la vanidad es práctica común del nacionalismo, el comunismo y el fascismo) y todo lo que vino a continuación, de la misma forma que la vanidad herida de esa nación, tras sentirse culpable de las atrocidades de la guerra, se halla en el origen de lo que se ha dado en llamar "el milagro alemán" .
Hoy en día el mundo entero reconoce a los germanos como un pueblo trabajador e innovador, enseña del avance tecnológico en no pocos campos. Se les admira. Su vanidad pasó hambre durante mucho tiempo, pero sabiamente supieron reconducirla y hoy en día probablemente sufra de sobrepeso.
Esa necesidad de confirmación ajena que nos lleve a la reafirmación propia se encuentra detrás de algunas de nuestras conductas más ridículas . Abarrotar con cientos de miles de personas un recinto carnavalero para que tal hazaña quede registrada en el Libro Guinness de los récords no deja de ser una soberana estupidez, pero el hecho de que otras ciudades, otras regiones, otros países, admiren tamaña hazaña (admiración y envidia, que encuentran su origen en un complejo de inferioridad, son primas hermanas; pero esa es otra historia), permite que nos valoremos en la medida que otros nos valoren y que nos congraciemos con nosotros mismos. Que hoy en día apenas se recuerde tan glorioso hito, que no haya servido para absolutamente nada, parece no importar a nadie.
De la misma forma, que la industria cinematográfica estadounidense, la más poderosa del planeta, se haya fijado en la capital tinerfeña para rodar la última entrega de la saga de Bourne , supone, además de unos ingresos extras para unos cuantos cientos de personas, una suerte de complejo vitamínico para nuestra vanidad colectiva, lo que redunda en un fortalecimiento de la confianza propia.
Si los de fuera se fijan en nosotros, oh pobres isleños dejados de la mano de Dios, será porque somos valiosos. Y los demás, que se chinchen. El hecho de que Santa Cruz haga las veces de Atenas y de que, como mucho, se le cite en los créditos, carece de relevancia. Y por si fuera poco, el actor principal se ha fotografiado con la camiseta del Club Deportivo Tenerife . ¿Se puede pedir más?
Encauzar nuestra vanidad hacia terrenos más productivos, abandonar el alimento del folclorismo y la autoexaltación artificial, supondría la mayor de las revoluciones sociales y económicas del archipiélago. Alimentarla con un sustento de calidad nos permitiría, sencillamente, ser mejores de lo que somos, avanzar en definitiva. La vanidad es nuestro pecado, pero también puede ser nuestra salvación.