IMPERTINENCIAS LIBERALES
De aquellos polvos
Si hay que hacer algo, pero cuesta perder unas elecciones, no se ejecuta por más que el sentido común aconseje acometerlo
REPITE con frecuencia el presidente Clavijo que el principal recurso con el que cuenta el Archipiélago es su territorio. Uno se inclina a pensar que es su población, y aquella siniestra idea lleva en el escenario político mucho tiempo y ha servido para demasiadas cosas, casi nunca buenas. Los canarios somos una amenaza para el territorio y este es quien debe gozar de particular protección. En ese contexto es donde cabe situar la moratoria turística, los planes soviéticos de planificación del suelo, el ingreso en prisión de la abuela de Fuerteventura o las interminables colas que se producen dos horas al día, cinco días a la semana, en la autopista del norte en la isla de Tenerife.
Parece inconcebible que un recorrido de apenas una treintena de kilómetros implique un desplazamiento que supere las dos horas. Pero es algo que ocurre y la lógica burocrática concluye que para solucionarlo hay que construir trenes hacia el sur. Sufrimos las consecuencias de aquella etapa del «no a todo» a la que se unió inmediatamente la cobardía política de los dirigentes. Si hay que hacer algo, pero cuesta perder unas elecciones, no se ejecuta por más que el sentido común aconseje acometerlo.
Hoy, con una inminente y desesperadamente lenta recuperación económica, observamos que vuelven las colas a las carreteras. Años perdidos en acondicionar posibles soluciones que ahora resultan imperativas porque el tiempo de cada uno de nosotros sí es un bien extraordinariamente valioso (el coste de oportunidad de dos horas al día encerrado en un coche), por más que no se lo parezca a nuestra impagable, sobre todo impagable, clase política. Y guste o no, existen iniciativas que pueden desarrollarse sin precisar una enorme inversión que demoraría las soluciones, tales como escalar el horario de los más de cincuenta mil funcionarios que hay en Tenerife, concentrados buena parte de ellos en la zona metropolitana (¿quién dijo que con la oposición ganaban también el derecho a trabajar de 8 a 3?), o cobrando en los aparcamientos precios distintos a los universitarios o trabajadores de empresas grandes en función del número de ocupantes, de tal suerte que a más ocupantes en un vehículo, menor precio, mientras que quien desee viajar solo deberá afrontar un precio mayor. Probablemente esto le parecerá una privatización de los parkings a la autodenominada generación mejor preparada de la historia, pero, a decir verdad, las gansadas dejaron de ser exclusivo patrimonio suyo. Tienen una enorme competencia aunque con el mismo origen: las pagamos nosotros con nuestros impuestos. Y esto es algo cansado y caro.