confieso que he pensado
El juguete que nadie pidió
Para más inri, funciona mal. A estas alturas parece improbable que podamos devolverlo
La extrema candidez mostrada por el ex presidente Zapatero al aceptar, instigado por el entonces principal responsable de la Generalitat, Pascual Maragall , un nuevo Estatuto de autonomía para Cataluña que nadie pedía y que excedía los límites que establece la Constitución , junto con la eclosión de la crisis económica más grave desde la reinstauración de la democracia y la estrategia de adoctrinamiento y victimismo de los sucesivos ejecutivos nacionalistas, han hecho las veces de abono supervitaminado para el movimiento independentista catalán.
Pero todo empezó tiempo atrás, cuando cinco sabios que no lo eran tanto –aunque justo es tener en cuenta las críticas vicisitudes históricas del momento– redactaron un texto constitucional que concedía la autonomía a territorios donde existía la necesidad política de hacerlo y a territorios en los que dicha necesidad, ni existía, ni se le esperaba. Los primeros jamás se han sentido cómodos en tan artificial paisaje político , y uno de sus principales desvelos durante décadas ha sido diferenciarse del resto, dar un paso más. De aquellos polvos, estos lodos.
El líder del recientemente extinto Partido Andalucista, Alejando Rojas Marcos , aseguraba con resignación días atrás que si se suspendiera la autonomía en su región, "no habría ni una manifestación". La contundente reflexión de Rojas Marcos, que revela hasta qué punto el estado autonómico resulta contrario a natura , bien podría aplicarse a la inmensa mayoría de las regiones españolas, Canarias incluida.
Con la excepción de representantes de partidos políticos, una parte del funcionariado y numerosos paniaguados para quienes la autonomía, en lugar de un órgano descentralizado de gobierno, supone el pan de sus hijos –en ocasiones el solomillo de primera, un coche de considerable cilindrada y un lujoso apartamento con piscina–, la predicción del político andaluz casa a la perfección con la realidad del archipiélago. En las islas jamás ha existido un sentimiento autonomista , y pese a los denodados intentos de las formaciones nacionalistas, que han dedicado un considerable esfuerzo a tal misión y una ingente cantidad del dinero de todos, dicho sentimiento apenas se ha propagado.
La administración autonómica sigue siendo el vecino recién llegado al ático al que nadie conoce y que se tiene por intruso, antipático y prepotente. Los casos de corrupción que han salido a la luz en los últimos años, las tan habituales muestras de impericia y, en general, una creencia generalizada de que las cosas sin gobierno ni parlamento autonómico marcharían, como mínimo, igual de mal, han dado al traste con la intención de que Canarias se convirtiera en una suerte de Cataluña o País Vasco .
A los canarios nos regalaron un juguete caro que no habíamos pedido ni necesitábamos y que, para más inri, funciona mal. A estas alturas parece improbable que podamos devolverlo. A lo máximo que podemos aspirar es a que gaste menos y, en la medida de lo posible, se reparen sus deficiencias.