confieso que he pensado

Corbatas

Ni uno solo de los políticos sin corbata ha dejado de ser eso, es decir, un mero político sin corbata

santiago diaz bravo

Si algún legado nos ha dejado el inolvidable Miguel Zerolo es la constatación de que prescindir de la corbata no lo convierte a uno en mejor político. Mucho tendrían que decir al respecto, por ejemplo, los ciudadanos de la República de Irán, donde la clase dirigente, empezando por su primer ministro, Mahmud Ahmadineya, abominan de tal complemento por considerarlo un símbolo occidental. Y no les falta razón, porque ese inocente trozo de tela, de mejor o peor gusto, según el caso, puede tornarse en mucho más de lo que aparenta ser.

Y es que para que las cosas cambien de verdad no sólo deben ser diferentes sino además, como la mujer del César, parecerlo. Por ello, la tendencia de buena parte de los nuevos líderes políticos de este país, y también de esta región, de prescindir de la corbata como parte de su atuendo habitual supone la escenificación de que existe una intención clara de que haya un antes y un después.

Como siempre, el tiempo será el juez que dicte sentencia. Nos aclarará si su ausencia de los cuellos de los nuevos prebostes ha sido una mera pose o, por el contrario, la revelación de una nueva forma de enfrentar la realidad. Determinará, en definitiva, si el desuso de la corbata se ha empleado como una suerte de camuflaje para esconder unos modos que persisten o, por el contrario, es la consecuencia de la desaparición de los antiguos modos.

Si nos atenemos a lo acaecido hasta la fecha, podríamos llegar a la conclusión de que el nuevo presidente del Gobierno de Canarias, un contundente detractor de la corbata, sencillamente se ha olvidado de ella o se la ha prestado a un primo para una boda. Más allá de ese aspecto de cercanía forzado, no ha tomado ni una sola decisión que conlleve de veras la modificación de unas estructuras políticas caducas dominadas por la maquinaria de los partidos políticos, el mayor de los males de una sociedad decepcionada no tanto con la aparición de toda suerte de irregularidades en la administración como con la falta de una reacción adecuada ante las mismas.

Ni uno solo de los políticos sin corbata ha dejado de ser eso, es decir, un mero político sin corbata, para ser recordado como un reformista que puso el punto final a lo que debe acabar cuanto antes. Por supuesto que el camino es largo y arduo, que Zamora no se toma en una hora, pero si repasamos las declaraciones de intenciones con las que nos han obsequiado en las últimas semanas, nada hace prever que echemos la culpa de nuestros males a las corbatas.

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