confieso que he pensado

Francisco Déniz

La duda es si aquellos ciudadanos que les han apoyado van a seguir haciéndolo a pesar de todo

SANTIAGO DÍAZ BRAVO

La primera impresión nos lleva a calificar a Francisco Déniz como un tipo estupendo. Y probablemente dicho juicio se corresponda con la realidad. Parece afable, amable y con sentido del humor. Con seguridad sus opiniones son interesantes, tornándose en un perfecto compañero de tertulia para tomar un café o unas cañas . A ello se suma su implicación en un proyecto político sin otro objetivo, aparentemente, que lograr una sociedad más justa, lo que denota un claro compromiso social y evidencia que se trata, a grandes rasgos, de una buena persona. Y convertirse en una buena persona probablemente sea la principal aspiración de cualquier ser humano. Por todo ello, si se terciara, no pondría objeción alguna a compartir mesa y mantel con él. Antes bien, me encantaría.

Pero de la misma forma que podemos aventurarnos a emitir tan bondadoso juicio acerca de Francisco Déniz tras su entrevista en El Día Televisión, podemos concluir su escasa idoneidad para ejercer un cargo político. El mero hecho de que desconozca el sueldo que percibirá como diputado, algo difícilmente creíble para un padre de dos hijos, nos lleva a aplicar la máxima según la cual quien se muestra incapaz de ordenar su casa, difícilmente tendrá capacidad para ordenar la casa de todos. Eso en el caso de que tal desconocimiento no sea una mera pose, porque si así fuese sería aún más grave: un engaño en toda regla a través de un populismo cerril. Concedámosle, no obstante, el beneficio de la duda.

Pero lo preocupante no es que el bueno de Francisco Déniz parezca haber desembarcado en el Parlamento como quien visita un parque de atracciones, ni siquiera que, a las primeras de cambio, haya utilizado el dinero de todos para pagarse un viaje. Lo realmente grave es que esa forma de entender la política, esa manera de enfrentar la realidad, se convierta en una constante que llegue, incluso, al punto de concitar una cierta aceptación por parte de una ciudadanía atraída por unas nuevas formas y ajena por completo al fondo.

Y es que ser una buena persona, un ser ocurrente, simpático y desprendido, no significa que se esté dotado de las capacidades necesarias para ejercer un correcto papel político, entendiendo dicho papel como la defensa del interés de la ciudadanía a través de la conformación de juicios de valor basados en el conocimiento de la realidad.

Francisco Déniz y otros Franciscos Déniz que empiezan a surgir por doquier evidencian hasta qué extremo los recién llegados pueden convertir en buenos a los de siempre. La duda es si aquellos ciudadanos que les han apoyado van a seguir haciéndolo a pesar de todo. Si me permiten un pronóstico, me decanto por el no .

Francisco Déniz

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