BABILONIA EN GUAGUA

Por un puñado de euros

Se trata del permanente deber ético de cualquiera que se presente a gestionar los asuntos públicos en general

GUSTAVO RENESES

EN estos días azules del estío termina junio y comienza el hastío. Y no precisamente por los meses caniculares que restan, sino porque comienzan a dilatarse en exceso los episodios nacionales que desembocarán en los pactos de gobernanza de los diferentes menceyatos de taifa de nuestra tierra baifa.

Mientras se miden continuamente para ver quién la tiene más larga (entiéndanse las nobles intenciones para con nosotros) de forma paralela se pelean por repartirse las competencias en materias varias. De toda la vida, las más golosas siempre han sido las que rascan más pasta en materia de infraestructuras y apaños diversos. A nadie se le escapa el placer onanista que debe experimentarse cuando uno ve su propio nombre estampado en una fría lápida al pie de un coloso arquitectónico.

Pero los tiempos (tal como anunciaba Dylan ) han cambiado y las áreas más suculentas son las relacionadas con los asuntos sociales. Es normal. La responsabilidad corporativa también ha llegado a la política. Si las petroleras limpian su imagen plantando árboles, muchos partidos comienzan a hacerlo volcándose con el respetable. También es verdad que algunos se siguen limpiando otras partes con los votos, pero eso es otro cantar.

Sin embargo, las personas son sujetos, y, por tanto, no son objeto de ninguna negociación. Ni moneda de cambio, porque su valor es incalculable. Los servicios sociales, asistenciales y educativos requieren de una ética exquisita. Más allá de la dialéctica cosechadora de votos. Y por supuesto, mucho más allá de un puñado de escaños. Quien asuma esas labores no solo tendrá que entender el frío funcionamiento administrativo, sino sentir la labor humana tan profunda y compleja que tendrá entre sus manos.

La atención a las personas en riesgo de exclusión en cualquiera que sea su causa; los menores con problemas mayores derivados del daño emocional de su entorno más cercano; la lacra de las drogodependencias; el fracaso escolar; o la silenciosa violencia de género requieren de un compromiso nítido con el futuro de nuestra tierra.

El deber social de la política no es una entelequia ni una utopía. Ni siquiera una línea más entre las miles que se garabatean en los programas políticos. Se trata del permanente deber ético de cualquiera que se presente a gestionar los asuntos públicos en general; y los sociales en particular, que son el alma y la ternura de un pueblo.

Buenos días, y por si no volvemos a vernos: buenos días, buenas tardes y buenas noches.

Por un puñado de euros

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