Viviendo en San Borondón
Nosotros votamos, ellos pastelean
La gran triunfadora de las elecciones canarias ha sido la abstención, que junto con votos en blanco y nulos, superan el 41%. Y si la actual ley es bananera, dicen, a mí me va bien, a ti te encontré en la calle y no te volveré a ver hasta dentro de cuatro años
Tras la resaca de la fiesta de la democracia, en la que se pudo ejercer el derecho de sufragio o de abstención, opción tan legítima y democrática como votar, los ciudadanos asistiremos como simples espectadores y sin más opción que la previsible decepción, a un pasteleo entre los electos y los partidos, no las bases sino los aparatos y los apparatchik, para pastelear el resultado de las urnas y ocupar parcelitas de poder, medido en cargos públicos y cantidades presupuestarias a manejar.
Como es habitual, casi todos ganaron de una u otra forma. Estupor y vergüenza causa, por ejemplo que en el nuevo Parlamento de Canarias, Ciudadanos, con casi 54 mil votos, no tenga ningún diputado y la ASG gomera, con solo unos 5 mil votos, logre 3 escaños. “Escoños”, decía un indignado amigo al constatar como, por enésima vez, se confunde voz con voto.
Una cosa lógica y razonable es que La Gomera, en este caso, tenga derecho a voz en el Parlamento y otra bien distinta es que el valor o el peso de esa voz sea el mismo que el de quien obtuvo, por ejemplo el PSOE, unos 181 mil sufragios populares. No es un chiste en el que son protagonistas los sufridos gomeros, sino una humillante realidad para el resto de los representantes y representados de toda Canarias.
Ya se ha propuesto otras veces, sin que haya tenido mucho eco, poder de ponderar el valor del voto de cada diputado por el número de electores que lo han votado, como se regula en las leyes de sociedades mercantiles. Aunque eso requeriría, para hacerlo posible, permitir que los ciudadanos puedan elegir personas, no listas abiertas o cerradas, al estilo inglés o americano. Con el sistema vigente, la inmensa mayoría de las personas no suelen conocer ni los nombres de los segundos, terceros y siguientes en las listas que han votado, aunque ahora sean sus representantes irrevocables.
En cualquier caso, también por enésima vez, la gran triunfadora de las elecciones canarias ha sido la abstención, que junto con votos en blanco y nulos, superan el 41% de los llamados a las urnas. Esa cifra es particularmente significativa cuando se constata que entre el PSOE, PP y CC juntos, no llegan al 34% de los sufragios. Paulino Rivero, ahora que ejercerá de jarrón chino, ha caído en la cuenta de lo injusto y desproporcionado que es el sistema electoral canario. Lo mismo el resto de los políticos preguntados por este asunto y, sin sonrojarse siquiera, reiteran que hay que reformar la ley, aunque bien saben que no cambiarán lo que les beneficia.
Medidas suicidas que atenten contra su nómina pública, sólo las justas y precisas. Y si la actual ley es bananera, dicen, a mí me va bien, a ti te encontré en la calle y no te volveré a ver hasta dentro de cuatro años. Al fin y al postre, muy oportuno el aforismo, del banano viven muchos de sus influyentes votantes insularistas.
Pronto se volverá a repetir lo de otras veces, que el tercer partido en votos repetirá en el Gobierno de Canarias tras llegarse a un almibarado pasteleo entre CC y PSOE o PP. Es muy poco probable, aunque fuera razonable, que el pacto fuera PP-PSOE. Todo será en función de los estómagos agradecidos que puedan sumarse a cada opción, por más que lo disfracen teatralmente de acuerdos ideológicos.
Para el Día de Canarias no podrán faltar las fotos de sonrientes políticos ya con mando en plaza y disfrazados de mauros o magos. Aún llevarán vendas tapando las heridas de las puñaladas asestadas por los que no han logrado un cargo de consolación, infringidas con el naife tradicional, para ser autóctono total. No es casual tampoco que el himno oficial de esta autonomía sea una nana, cuya letra, por cierto y dicho con pena, desconoce la gran mayoría de los canarios.
Este reparto de los votos populares, asignados a escaños por un sistema electoral más que discutible en democracia, donde no hay un claro ganador sino tres fuerzas políticas que no distan entre sí ni un 1%, debería abocar a una segunda vuelta en la que los ciudadanos refrendaran, o no, los acuerdos pactados entre los partidos mayoritarios. Pues va a ser que no. Ahora el pueblo, mejor calladito.