critica
«Los Jugadores» brillan con la carta más alta en el Cuyás
La bien planeada comedia de Pau Miró se ve solo superada por la categoría de los actores
![«Los Jugadores» brillan con la carta más alta en el Cuyás](https://s1.abcstatics.com/Media/201505/25/juga-pau-miro--478x270.jpg)
Vivimos unos tiempos en los que parece que la normalidad la definen las redes sociales y la amistad se mide por el número de seguidores. Sin embargo, no hay nada más anormal que esa aparente normalidad...Todo es cuestión de entrar en un conocimiento más profundo de alguien, de ponerse a escarbar hasta que uno encuentra. Y cabría decir que siempre, o casi siempre (por no ser absolutistas), se encuentra algo.
Así son los personajes de Pau Miró, cuatro hombres supuestamente normales pero a la deriva, condenados por la rutinaria cotidianeidad de un mundo que ya ha dejado de ser el suyo, aparentemente. Protagonistas sin nombre de la desesperanza, pero que se convertirán en los héroes del riesgo gracias a una comedia ácida y precisa. Redonda, sería más exacto. Perfectamente blindada, la historia de Miró conduce a estos cuatro ‘actorazos’ a un desenlace rápido y brillante, como si tirara del hilo de Ariadna y los devolviera de nuevo a la emoción de la vida, guiándolos por el laberinto de sus desgraciadas e insulsas existencias.
La trama se desarrolla en la cocina, donde el barbero, el enterrador, el actor y el profesor de matemáticas se reúnen para jugar esas partidas donde hallar la excitación de que una sola carta pueda cambiarlo todo. Ese segundo de clímax que al fin decida sus vidas por ellos. Ese único desahogo irracional que ellos mismos les permiten a sus aparentes vidas normales. Pero no sólo, en realidad. No siempre.
Todos, los cuatro amigos, como comprobaremos a lo largo de la hora y veinte minutos que dura la obra, han estado ya a punto de tirarlo todo por la borda. El profesor tuvo un violento arranque de ira contra un alumno ante un problema de matemáticas no resuelto. El enterrador encuentra desahogo en los cuentos que le narra la prostituta Irina al terminar, y a la que sueña con rescatar un día del prostíbulo. El actor de homosexualidad no declarada, que ha hecho rutina de los castings, y halla emoción en los momentos que su mente se queda en blanco sobre el escenario. Y el barbero, cuyos clientes se quedan calvos o se mueren, que ha convertido la soledad en su salvación al aceptar como ‘normal’ que su mujer le engañe con otros.
No vemos esas partidas de cartas, ya han sucedido o sucederán, pero no ahora. Ahora descubrimos sus vidas gracias a la bien planeada comedia de Pau Miró, donde un texto brillante y el ritmo ágil de las escenas, muy bien conectadas (de sensación casi cinematográfica), se ve sólo superada por la categoría de los actores . Miguel Rellán, Ginés García Millán, Luis Bermejo y Jesús Castejón, en orden inverso de aparición (y sólo porque, tal y como la acción demostrará después, los últimos serán los primeros), serán los responsables de que una atmósfera casi opresiva de tanta normalidad explote por la adrenalina de una revolución, casi, que será la verdadera absolución a sus vidas. Planearán un atraco, sentados a esa misma mesa, en la cocina.
Esa cocina llena de detalles (fantástica e hiperrealista escenografía), bien complementada por una iluminación que llenaba de matices los momentos como las intenciones, da arrope a una amistad que se ha barajado entre cuatro, con cada mano de cartas malas, sobre un tapete que lleva bordado el fracaso en sus pespuntes. El fantasma del padre del profesor, recién fallecido, que le habla en sueños por la noche, será el detonante para recuperarle el pulso a la vida gracias al contenido dejado en una caja: un Cristo de plástico, un disco de Dean Martin, una pistola y una bala. Será el coraje el que sacuda esa cocina y sus historias llenas de rutina para lograr la jugada de sus vidas y hacerse con el botín. Pero Miró deja un final abierto en el que el espectador, como jugador, decidirá si así se liberan o volverán a jugársela.