Viviendo en San Borondón
Cartelería electoral
Ya no se pegan los carteles como antaño en casi cualquier pared que se encontrara a mano de brocha, ahora se cuelgan cartelones en las farolas de las calles
Nuestra parafernalia electoral callejera es sorprendente para mucha gente, en especial para los turistas de los países europeos con democracias asentadas, con poco margen para el populismo desvergonzado. Canarias no es una excepción de lo que sucede en toda España, donde las farolas y las vallas publicitarias se llenan de carteles con rostros sonrientes, muchos de ellos perfectamente desconocidos para los votantes locales.
Desde hace años, en feliz iniciativa para la limpieza posterior de la ciudad y el reciclaje de soportes para sucesivas ocasiones, ya no se pegan los carteles como antaño en casi cualquier pared que se encontrara a mano de brocha, ahora se cuelgan cartelones en las farolas de las calles. Aquello de antaño originaba de vez en cuando auténticas trifulcas nocturnas entre los equipos de “voluntarios” encargados de esas labores, cuando descubrían que las caras que habían pegado, estaban ahora cubiertos por los rostros sonrientes de otra formación.
Los partidos con más presupuesto, organizaban contundentes equipos de custodia de sus muros y de disuasión proactiva y coercitiva de terceros. Había una negociación en la que vencía el partido que lograba hacer visible los más eficaces y contundentes “argumentos” que el contrario no pudiera rechazar. Y si alguien osaba ignorar sus sugerencias de que allí no se pegaban carteles sobre los suyos, cobraban protagonismo indirecto los médicos de guardia en las Casas de Socorro, antecedentes sanitarios de los servicios de urgencia en hospitales y ambulatorios.
Los partidos marginales y de menor presupuesto no tenían ese problema, las donaciones de sus militantes les bastaban, a veces a duras penas, para unos botes de pintura en spray con el que llenar los paredones de negras hoces y martillos, nunca hubiera mayor paradoja en formaciones políticas que llevan el rojo de la sangre en sus banderas.
Los ingleses, en cuyas campañas electorales no hay carteles por las calles, se preguntan si tanto rostro sonriente son artistas de teatro anunciando algún espectáculo. Cuesta trabajo que entiendan que aunque la cosa tiene bastante de teatro, no son precisamente artistas, del artisteo al uso, aunque si maestros en puñaladas a los enemigos, como Sir Winston Churchill llamaba a los compañeros de partido.
Con tanto como han tenido que sufrir para llegar estar colgados, cuesta trabajo explicar por qué todos sonríen como si se tratara de anuncios de clínicas dentales. Bueno, todos menos uno, que se fotografió muy serio el hombre: Javier Sánchez-Simón, tal vez porque la cosa en su partido no está para muchas risas. Los eslóganes electorales dan material para una tesis doctoral psiquiátrica.
El del PP parece un mensaje de móvil encriptado, como los que se intercambian los jóvenes: “Trabajar. Hacer. Crecer.”, tres verbos sueltos con punto y aparte, tal vez para evitar que alguien les ponga preposiciones y complete una frase tras llevarse los dos puntos que sobran al final. Podría ser “trabajar para hacer crecer...”. Añada ahora cada uno lo que deseara o le gustaría que creciera, incluso algo para los varones que aparece a veces en la bandeja de spam del email.
El del PSOE con el sonriente Ángel Víctor Torres, es de antología, no en vano su partido desarrolló un sistema educativo que llenó España de víctimas de la LOGSE, eso sí, progres totales: “gobernar PARA LA MAYORÍA”. Lo de gobernar lo escriben con minúscula, quizás porque no acaben de creérselo y las mayúsculas las dejan para la demagogia del eslogan. Tal vez habría que explicarles, tal vez por su falta de costumbre, que quien gobierna lo hace para toda la población, no para una mayoría ni una minoría. Al menos deberían intentarlo para no caer en prácticas típicamente nacionalistas o andaluzas, su modelo de régimen político.