tierra baja
Los pactos
Ciudadanos no puede ser en modo alguno la muleta salvadora de Coalición Canaria —tampoco en principio de ninguna otra opción— en las instituciones
Cuando los liberales en Alemania, un necesario y clásico partido bisagra, se presentaban a las elecciones, siempre manifestaban a sus votantes, y a los electores en general, precisamente antes de las elecciones y en plena campaña electoral, su decidido propósito de pactar con la social democracia o, en su caso, con la democracia cristiana de entonces. La razón no era otra que el votante del partido liberal supiera, antes de depositar su voto en la urna, a dónde, finalmente, y como consecuencia de no votar a una opción mayoritaria, iba a parar el mismo.
Claro está que esto no ocurre en España donde todos los partidos dicen la irrisoria mentira de que van a ganar y ya, más tarde, después de las elecciones, hablaremos de pactos. Todo para confundir y no adquirir compromisos con los electores. La cuestión es que esos pactos pueden constituir un auténtico fraude para el ciudadano que vota de buena fé, en aras de unas personas y un programa en el que confiaban razonablemente. Unos votos que finalmente pueden sumar con una opción política inesperada y rechazable por el votante. La ausencia de pronunciamientos previos sobre los pactos, y la no existencia de una segunda vuelta electoral, propician sorpresas insólitas e inexplicables.
Lo que digo no es nada nuevo en este país. Sin embargo, en estos momentos se abre un escenario mayor y distinto. El bipartidismo seguirá –solo faltaría que no fuese así- pero mas debilitado por las reiteradas torpezas de los dirigentes de ambas partidos –PSOE-PP-, la corrupción compartida y el hartazgo de la sociedad civil que deplora a la clase política. No se cumplen las promesas electorales, y la indisciplina y rebeldía interna comienza a manifestarse ya en los que hasta ahora han gobernado. Y todo ello en el marco de una justicia politizada en un grado considerable con la que hay que acabar, si es que queremos una verdadera democracia.
Con los resultados electorales del próximo mes de mayo llegará, sin duda, la reflexión obligada. Los sectarios de siempre se darán con la cabeza en la pared, por su inaudita torpeza y ausencia de autocrítica. Los nacionalismos insolidarios, folklóricos y mercantilistas, es probable que decaigan y sufran un revés. Lo mejor que podría ocurrir es que desaparecieran totalmente.
Emergerán con espectacular implantación nacional dos grandes fuerzas de gestación bastante reciente, Ciudadanos y Podemos. Las encuestas mas recientes las aproximan, cada vez mas, al PP y PSOE.
No voy a entrar en un análisis pormenorizado de estas opciones políticas emergentes en este breve comentario de actualidad. Lo que si voy a ser es extremadamente sincero, como siempre he sido, en manifestar una íntima y personal preocupación por los pactos secretos que, a través de ocultas, interesadas y rastreras maniobras, pueden estar labrándose a espaldas de un posiblemente nuevo e ilusionado electorado.
No me interesa, lo digo sinceramente, lo que ocurra con Podemos y sus distintas marcas blancas, municipales o autonómicas. Creo que quienes deben preocuparse de un posible pacto con los “enemigos de la casta” son los votantes socialistas. Ojalá que no.
A mi me ilusiona Ciudadanos en toda España. También en Canarias donde algunos hace ya varios años que pusimos la primera piedra, inscribimos el partido, y trabajamos noblemente. En esta gran marea nacional –inesperada pero fuerte- nos hemos integrado altruistamente, como no podía ser de otra manera.
Comienza a preocuparme, sin embargo, el comienzo de la andadura de Ciudadanos en Tenerife a través de las recientes informaciones de las que dispongo y que colocan personajes afines a Coalición Canaria en las listas de esta nueva formación.
Y es en este momento cuando cobran mas sentido estas líneas al referirme a los pactos.
Ciudadanos no puede ser en modo alguno la muleta salvadora de Coalición Canaria –tampoco en principio de ninguna otra opción- en las instituciones bajo ningún concepto. Hay que ser muy claro en esto. Ni siquiera es una cuestión debatible porque, sin entrar en otras muchas consideraciones, el nacionalismo mercantilista lleva más de treinta años gobernando esta tierra y sus instituciones. Y no puede ser el partido nuevo de Albert Rivera, de la regeneración y la esperanza, de la decencia y las nuevas formas, quien traicione al votante nuevo, joven e ilusionado. Sería terrible.