Arando en el mar

Cuando los políticos se meten a profetas

Entre todos, lo que han conseguido es que el chapapote se haya convertido en una publicidad gratuita y negativa y, por consiguiente, peligrosa para nuestra primera industria

pablo paz

Teniendo en cuenta que, para bien o para mal, nuestra principal y casi única industria es el turismo, existe una falta preocupante de responsabilidad y de análisis por parte de los gestores públicos e incluso de bastantes gestores privados que no ven más allá de sus balances anuales, sobre lo que significa Canarias como destino turístico, como imagen de un producto que entre todos y durante años hemos venido elaborando.

La política muchas veces —demasiadas veces—, enturbia la propia gestión de una industria que en Canarias da trabajo directa o indirectamente a la mayoría de la población.

La campaña institucional que se hizo con el dinero de todos los canarios contra las prospecciones petrolíferas fue, sencillamente, impresentable, equívoca, bochornosa e inoportuna. Al final, nada pasó: nos quedamos sin petróleo y, por supuesto, sin chapapote; y la catástrofe, esa que auguraban los políticos y algunos medios de comunicación adictos al régimen, no sólo no llegó sino que aguardó oportunamente su tiempo para abofetear a los agoreros del mal ajeno, y presentarse en forma de barco ruso incendiado y conducido en una huída suicida por varias islas para terminar hundido en el corazón de un archipiélago que durante semanas viene siendo noticia de primera plana en medio mundo.

Hora sí. Ahora muchos políticos soplan contra el cruel y negro destino para intentar que el crudo derramado marche en otra dirección que no sea Canarias. Ahora tenemos chapapote, manchas de crudo, turistas con miedo, posibles cancelaciones, reporteros a pie de playa preguntándole (?) al turista de turno que qué le parece eso del chapapote; científicos lamentándose de las tortugas y de las gaviotas ennegrecidas. Pero lo que no tenemos ahora es ONG comprometidas acusando a los responsables de turno; ni a los ciudadanos, pancartas en mano, manifestándose por las calles de los pueblos y ciudades de Canarias.

Ahora resulta que nadie es culpable de lo que ha sucedido. Todos los políticos, sobre todos los que tienen responsabilidad de gobierno, se ponen de perfil y acusan al que está en la oposición. Y, mientras tanto, el fuel sigue fluyendo a 2.700 metros de profundidad, como queriendo mostrar lo frágil y cambiante que es el destino y lo que sucede cuando se juega de forma torticera y partidaria a jugar a ser profetas alentando a los malos augurios. Es lo que vulgarmente se conoce como escupir hacia arriba.

Y, mientras que el gobierno canario ahora mira para otro lado y no le interesa reivindicar las aguas territoriales que hace apenas unos días decían que eran suyas, el gobierno central no sabe cómo afrontar este desastre medioambiental, que una alarmante falta de seguridad marítima ha conseguido convertir en chapuza, al no saber cómo acabar con un fuego en un pesquero anclado en el puerto de Las Palmas; y, entre todos, lo que han conseguido es que el chapapote se haya convertido en una publicidad gratuita y negativa y, por consiguiente, peligrosa para nuestra primera industria -para nuestra imagen turística-, y, sobre todo, para nuestro frágil y hermoso territorio.

Cuando los políticos se meten a profetas

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