La Compañía Nacional desdibuja «Donde hay agravios no hay celos»

El ingenio de Rojas Zorrilla resulta forzado hasta desaparecer, convirtiendo su comedia casi en un vodevil y la risa en risotada

La Compañía Nacional desdibuja «Donde hay agravios no hay celos» guillermo casas

nadia jiménez castro

Partimos de la base de que se trata de una de las mejores comedias del Siglo de Oro español y de que el talento e ingenio de Rojas Zorrilla se da por descontado, hasta el punto de que mucho se ha escrito de cómo esta obra fue inspiradora para otros escritores europeos. Tanto es así que, si algo sobresale en el argumento de este clásico del teatro español, “Donde hay agravios, no hay celos”, es el hecho de cómo Zorrila se adelantó a su tiempo varios siglos, dando al protagonismo femenino una voz reivindicativa en lo que a la libertad de elección conyugal atañe, contemplando el amor a primera vista por encima de conveniencias u otros condicionamientos sociales.

Pero más allá de la comedia de enredo ideada por Francisco de Rojas Zorrilla sobre el papel, tantas veces representada, el equipo de la Compañía Nacional de Teatro Clásico está lejos de ponerse al servicio de su guión original. Si bien el montaje es correcto, con un espacio escénico a modo de corrala, cuyo efecto circular en el movimiento de los actores es bueno y ofrece cierto dinamismo gracias a las puertas que se abren y se cierran para dar paso a los personajes, la sobreactuación desmerece cualquier buena intención hasta resultar algo cansino.

El histrionismo de los intérpretes llega a ser tan exagerado, con un griterío altisonante y el gesto excesivo, que el ingenio de Zorrilla resulta forzado hasta desaparecer, convirtiendo su comedia casi en un vodevil y la risa en risotada. La ironía que debía presidir ese equívoco permanente de papeles entre el señor y su criado, cuyas identidades han sido intercambiadas, se convierte en chiste, y el enredo en una situación enmarañada de voces histéricas que alteran una comprensión limpia. Los recursos del baile y la esgrima también resultan postizos a fuerza de reiterarlos a destiempo. Las falsas maneras y posturas sobreentendidas, las muecas al público y las continuas inflexiones de voz, como las de Clara Sanchís en el papel de doña Inés, hacen difíciles de soportar las dos horas y diez minutos de función.

El atajo de arrancar instantes de risa fácil al público con guiños y aspavientos, no es suficiente. Zorrilla no necesita que Helena Pimienta en la dirección y Fernando Sansegundo, como responsable de la versión, exageren la comicidad de su obra hasta ahogar el ingenio, pues sus personajes son más complejos que los de una mascarada. El eje de su historia, donde Don Juan de Alvarado sufre una triple afrenta en la que debe decidir qué es prioritario, si vengarse del asesino de su hermano y seductor de su hermana, o velar por la honestidad de su prometida (desde cuyo balcón vio saltar a otro caballero), también queda desdibujado entre tanta bufonada.

La Compañía Nacional desdibuja «Donde hay agravios no hay celos»

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