viviendo en san borondón
Ponga un progresista en su voto
En el paro y en la educación, para desgracia y desesperación de la población que vive en Canarias, figuramos a la cola de los ranking de España y de Europa
Si en otras ocasiones ya se ha comentado lo equívoco que es que los partidos se proclamen como democráticos sin adjetivar el término para hacerlo comprensible, aunque no lo sean en su funcionamiento real por más que la Constitución lo exija, ahora que se acercan las elecciones, no hay candidato que se precie que no se autodefina como progresista.
En los carteles electorales, unos candidatos aparecerán como centristas, otros serán de izquierdas (socialista o no), los más temerarios como comunistas, alguno tal vez ose ser hasta liberal, pero tengan por seguro que ninguno se proclamará de derechas. Eso sí, todos serán, como no, democráticos y progresistas porque lo llevan en sus genes desde la más tierna infancia. Algunos incluso, cuando los entrevisten, dirán que corrieron delante de los grises aunque no tengan edad para ello. Ejemplos sonados, al menos de un par de ex ministras hoy en un patético olvido bien remunerado, los hay, los ha habido y sin duda los habrá, como la libertad sin ira que cantaba el grupo Jarcha durante la Transición.
Sería interesante poder preguntarles a los candidatos qué es para ellos el progresismo y luego analizar sus respuestas, seguro que plagadas de tópicos y frases manidas. Este es uno de esos términos que cada persona suele entender de manera distinta, incluso opuesta, pero que los políticos no gustan precisar para no pisar charcos difíciles de vadear. Si el asunto se planteara en un pseudo debate televisivo sin haber pactado de antemano la pregunta, cosa altamente improbable, el desconcierto, la incongruencia y la demagogia se harían bien patentes, máxime cuando esos espacios electorales están tan encorsetados en su formato, que se ha desnaturalizado el término “debate” para transformarlo en una sucesión minutada de mitines electorales. Por cierto, en ellos suele “ganar” aquel que miente con mayor desparpajo, no quien dice la verdad. Ejemplo para los libros de texto, el debate Solbes-Pizarro.
Como ejemplos arquetípicos de políticas progresistas que en Canarias más se citan y donde la demagogia se asienta con menor rigor, pueden destacarse, de entrada, tres: la lucha contra el fraude fiscal, el paro y la educación. No habrá ningún político en el mundo que no quiera que su pueblo progrese en estos campos, es decir que haya menos fraude, más empleo y mejor educación. Pero por otro lado y siendo una obviedad, cabe recordar que las políticas mal llamadas progresistas, aplicadas en nuestra tierra, han traído justo lo contrario.
En el paro y en la educación, para desgracia y desesperación de la población que vive en Canarias, figuramos a la cola de los ranking de España y de Europa. Pero desde siempre todos los gobiernos han proclamado sus políticas progresistas para atajar tales lacras.
Probablemente por primera vez en la historia, los hijos viven peor que sus padres y tienen menos oportunidades. La educación actual ya no sirve para promover el ascenso en la escala social como antaño, ahora priman el oportunismo y el carné de partido sobre el mérito y el esfuerzo. Rara forma de entender ese progresismo, que muchos se empeñan en defender.
Cuando se habla de lucha contra el fraude fiscal, en realidad se están refiriendo a acabar con la economía sumergida y con los pequeños defraudadores, pero que por ser muchos, las cantidades evadidas son significativas. Por poner dos ejemplos no menores, las chapuzas no facturadas y sin IGIC, o las propinas de los camareros sin declarar como ingresos. En otras palabras, no es buscar que paguen el dispendio público “los más ricos”, otro mantra progresista, sino justo las clases menos favorecidas. ¡Progresismo canario en estado puro!