confieso que he pensado
En un mundo pequeño
Una sola temporada en la que, por los motivos que fuese, se produjese un sensible descenso en la llegada de turistas, conllevaría una situación económica y social dramática
El mundo es más pequeño de lo que parece. Ese manido dicho de que el aleteo de las alas de una mariposa en Pekín se deja sentir, de algún modo, en cualquier otra parte del mundo, se ha materializado en no pocas ocasiones en este archipiélago, tan dependiente, y pendiente, de lo que ocurra en otras latitudes por lo que ello representa para la más importante de sus actividades: el turismo.
Muchas de las mejores cifras obtenidas por el sector turístico de las islas han coincidido con desgracias acaecidas en otras latitudes, bien guerras como las de los Balcanes, bien actos terroristas, bien el surgimiento de movimientos revolucionarios de diferente signo en el norte del continente africano. En todos los casos, áreas que compiten con la oferta turística canaria. Por ello, sin que ello suponga satisfacción ni alegría alguna, pero sin obviar que se trata de una evidencia, nuestra economía se ha nutrido durante años, en buena medida, de las desgracias de tierras lejanas.
El atentado terrorista que se produjo el jueves en Túnez, donde dos compatriotas se cuentan entre los fallecidos, previsiblemente se traducirá en considerables pérdidas para el sector turístico de ese país y, más que probablemente si nos atenemos a lo ocurrido en años anteriores, para el de otros países de la zona. Tanto Canarias como otros territorios españoles y del sur de Europa recibirán por ello más visitantes de los previstos.
Pero seríamos estúpidos si dejáramos que los árboles no nos permitan ver el bosque, porque si alguna conclusión cabe extraer de lo tristemente acaecido en Túnez, igual que antes en Egipto o en Jordania, por citar dos ejemplos, es la fragilidad de la industria turística, al extremo que cualquier acontecimiento con una cierta relevancia puede dar al traste con los resultados de una o varias temporadas.
En el caso de estas islas, la situación se antoja aún más grave, porque si bien el sector turístico ofrece empleo de baja calidad, en ocasiones de calidad ínfima, sería injusto obviar que sin su pujanza las cifras de la crisis serían aún peores de lo que ya son, repercutiendo de forma devastadora en una sociedad ya de por sí demasiado castigada desde todos los puntos de vista.
Una sola temporada en la que, por los motivos que fuese, se produjese un sensible descenso en la llegada de turistas, conllevaría una situación económica y social dramática. Ni que decir tiene si tal fenómeno se prolongase a dos o más temporadas.
Por ese motivo, y porque nadie está libre de los percances del destino, lo ocurrido en Túnez nos aporta una nueva razón para tomarnos de una vez en serio la imperiosa necesidad de diversificar nuestras actividades económicas. Porque el mundo no se acaba en el turismo, pero el turismo puede acabar con Canarias.