impertinencias liberales
Pero, ¿bajarán los impuestos?
Lejos de disminuir el gobierno que nos empobrece, comenzará una carrera por obtener el favor de los electores sin percatarse de que las obras públicas no surgen usando una varita mágica
¿Es posible reducir el tamaño del Gobierno? No es asunto que se dirima en las próximas elecciones del mes de mayo por más que ahora, que ya sabemos quiénes se presentan, deberíamos empezar a saber para qué quieren el voto de los canarios. Lo malo, con todo, es que ninguno de los candidatos es partidario de una seria contracción del tamaño del gobierno, más allá de ciertos enunciados repetidos ad nauseam para salir del paso.
Ocurre que a veces damos por sentado la existencia de un cierto consenso sobre el tamaño (excesivo) de nuestro aparato burocrático y que todos compartimos el diagnóstico, por más que no sea fácil su reparación. Aceptar este presupuesto es complicado porque los partidos que más mejoran sus posiciones en las encuestas son aquellos que más fervorosamente defienden un gobierno gigantesco. Existe, por tanto, una cierta demanda de mayor gobierno, mientras que nadie parece reparar sobre quienes recaen los costes de semejante aparato de coacción.
Quizás es que, como sentenciara Bastiat, el estado es aquella falacia que permite a muchos vivir a costa de todos los demás o, dicho de otro modo, todos aspiran a vivir del resto sin tener que aportar —aparentemente— mucho al mantenimiento del sistema. Están tan diluidos lo que cuesta su funcionamiento que el truco consiste en hacer permanentes cálculos de costes y beneficios, que los ciudadanos tengan la sensación de que reciben más de lo que aportan, lo que es sencillo mientras su demanda no sea de bienes y servicios de calidad, como sanidad o educación. Explicaba Colbert que el arte de cobrar impuestos consiste en desplumar al ganso de forma tal que se obtenga la mayor cantidad de plumas con el menor número de graznidos posibles.
Así que lejos de disminuir el gobierno que nos empobrece y atormenta, lo que ocurrirá es que comenzará una carrera por obtener el favor de los electores en una asquerosa subasta sin percatarse de que las obras públicas no surgen usando una varita mágica (por ejemplo, los cuatro mil millones de euros que cuestan los proyectos de trenes de Tenerife) sino que proceden de lo que nos arrebatan a los ciudadanos mientras somos condenados a una vida mediocre. Esa es la diferencia, nosotros nos ganamos la vida ofreciendo a los demás algo que pueda resultarles de utilidad, los políticos solo requieren de tomarlo por la fuerza mediante el establecimiento de nuevos impuestos o aumento de los preexistentes. Pero que no sea por no decirlo.