Viviendo en San Borondón
La vocación política del político profesional
Es la ideología de Marx, pero no del barbudo alemán, sino del americano Groucho
ACTUAR como político, o política, siguiendo la tontuna lingüística progre elevada a su cenit por Bibiana Aído y Leire Pajín, debiera de ser una actividad cotidiana del ciudadano para intervenir en los asuntos públicos con su opinión, su voto o de cualquier otro modo, según la acepción novena del DRAE para esa palabra. Y esa actuación en favor del llamado bien común probablemente es consustancial con las personas desde que la humanidad empezó a vivir y sobre todo a convivir en ciudades o pueblos.
La inmensa mayoría de los ciudadanos y una buena parte incluso de los militantes de los partidos, en mi opinión, sólo tiene una idea muy vaga del ideario de su formación política. Suelen confundir ideas y principios fundamentales con estrategias y oportunismos más o menos demagógicos a corto plazo. Es tarea propia de los trabajos de Hércules buscar personas que se hayan leído los principios inspiradores de la ideología que dicen compartir. A lo sumo conocen los eslóganes publicitarios en forma de catecismos resumidos, pero no la argumentación que sustenta esa línea de pensamiento político. Encontrar a quienes se lean el programa electoral de la formación a la que votan o en que militan es algo más fácil, pero también es como encontrar la aguja de marras en el pajar de las veleidades políticas.
La acepción octava de la palabra político, referido a una persona, dice que es aquel que interviene en las cosas del gobierno y negocios del Estado. Y para ser político se requiere o bien una vocación especial o bien querer hacer de esa actividad una profesión con la que ganarse la vida, sobre todo desde que los actuales partidos políticos han secuestrado la democracia instaurando una partitocracia, dicen ellos que representativa al menos en el plano formal, aunque en el real sea un oligopolio descarado con el que han amordazado o adormecido a los votantes.
Sin pretender analizar, ni mucho menos juzgar, el alma de las personas que han hecho de la política su profesión, cuando se acercan las elecciones y por mor del sistema electoral vigente en España, empiezan a verse extraños e incongruentes movimientos de coqueteo con otros partidos políticos para ser incluidos en sus listas en puestos de salida segura. O dicho de otra forma, como sospechan que los mandamases de sus formaciones no los van a incluir en las papeletas, «no saldrán en la foto», apostilló gráficamente el cínico Alfonso Guerra, buscan otra «empresa pública» a la que ofrecer sus servicios. Su vocación política, al servicio de una idea, proclaman, los impulsa a proseguir con su actividad profesional fichando en otras formaciones, probablemente en alguna a la que combatieron ferozmente en su etapa anterior. Todo este «mercadeo de fichajes» es muy aleccionador para el contribuyente.
Algunos ven moverse su sillón y afirman cosas «estupefacientes», como dijo una musa de la prensa rosa. «El trabajo de cuatro años, perdido», advierte Bravo de Laguna al estar ya seguro de que no encabezará cartel electoral con el PP, sin que los votantes sepamos muy bien por qué y quién ha tomado esa decisión de excluirlo y no permitir que seamos los ciudadanos los que decidamos quién nos representará. Supone, sus motivos tendrá, que sin él volverá la tradicional irrelevancia del Cabildo de Gran Canaria. Y para evitarlo, dicen los periódicos, coquetea con Compromiso, formación en clara confrontación política con el PP.
Algo similar le sucede también a Isabel Guerra, que, tras salir del PSOE, dicen que ingresará en NC. Sin duda ambos dos, y otros más políticos que habrá, cambiarán de «empresa» porque su vocación política de político profesional necesita ser realizada con cargo al erario. Es la ideología de Marx, pero no del barbudo alemán, sino del americano Groucho.