confieso que he pensado

Aplausos

Que alguien que aspira a convertirse en representante público arremeta sin ton ni son contra la administración judicial rebaja la política a la altura de la basura

santiago díaz bravo

Que el candidato de Coalición Canaria a la alcaldía de Arona se deje llevar por el acaloramiento dialéctico y arremeta en un acto público contra el juez que intervino los teléfonos del Ayuntamiento –su posterior puntualización al respecto resulta, más que de risa, de carcajada–, una decisión que ha permitido destapar un importante número de prácticas presuntamente ilícitas e inmorales en la corporación sureña, no es lo verdaderamente grave porque, a fin de cuentas, podría tratarse de una excepción. Lo de verdad impresentable es que en ese mismo acto –la grabación en vídeo no deja lugar a la duda– los acólitos presentes hayan actuado a modo de palmeros y aplaudido a rabiar tan desgraciadas palabras. Esos aplausos, esas muestras de fidelidad porque sí, más allá de que al interviniente le asista el sentido común y la razón, suponen de facto un apoyo a la corrupción y las corruptelas, además de un evidente rechazo al imperio de la ley y la justicia.

Esos desgraciados eventos en los que la palabrería del machito de turno sitúa a los políticos por encima del bien y del mal y los convierte en víctimas de maltrato por parte de unos jueces que, cuando conviene, son buenos y, cuando no, una suerte de engendros diabólicos, muestran a las claras el enorme distanciamiento entre unos partidos políticos encantados de conocerse a sí mismos y una ciudadanía que cada vez encuentra más motivos para sentirse no sólo decepcionada, sino incluso asqueada.

Que alguien que aspira a convertirse en representante público, y por ello en defensor del derecho y de las libertades de los administrados, arremeta sin ton ni son contra la administración judicial («viene un cabrón desalmado y te pincha el teléfono») sin otro argumento que la defensa del compañero, sea el compañero merecedor de dicha defensa o de un castigo ejemplar, rebaja la política a la altura de la basura en la que tan a menudo se ha convertido en los últimos tiempos.

Hablar por esa boca, por esas bocas, sin un mínimo decoro y sin el respeto debido a una labor judicial que se ha demostrado del todo conveniente, toda vez que ha permitido revelar prácticas supuestamente irregulares, es también el perfecto ejemplo de que, pese a todo, nada parece haber cambiado.

Unos se van, otros se quedan, algunos se apartan a un lado y muchos hacen como que no ven, pero a fin de cuentas los modos, las formas de hacer, la total falta de respeto a la ley junto a la consideración del ciudadano como un perfecto imbécil, permanecen. Probablemente porque los ciudadanos seamos unos perfectos imbéciles.

Aplausos

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