teatro
Alguien no voló sobre el nido del Cuyás
Un ritmo cansino y vacuo neutraliza las virtudes de «El Invernadero», de Harold Pinter, en la sala grancanaria
Irrelevante, intrascendente y, sobre todo, vano el esfuerzo y el tiempo de los actores por entregarse a unos diálogos que poco aportan y que, perdidos en la traducción, nada dicen sobre las intenciones del texto de Pinter al espectador no sajón hoy. Cuando se aborda un texto literario en otro idioma, donde los silencios cuentan tanto como los propios párrafos y sus repeticiones, donde los giros lingüísticos están sustentados en el origen de su propia lengua y tan medidos como los circunloquios que usan los personajes para acortar o alargar el sentido que se esconde tras sus palabras, hay que estar a la altura.
En definitiva, si al asomarte a la dramaturgia de un artista te topas con una coreografía de palabras, debes ser otro artista de la misma talla que sepa bailarla. No basta con conocer los pasos, hay que saber darlos cómo y cuándo tocan. Porque si no, del primero al último, estarán todos ‘lost in translation’, poco importa quiénes sean los actores . Y el gran Mario Gas debió saberlo desde que asumió el reto de dirigir esta versión reinterpretada por Eduardo Mendoza, en la que la sutileza calculada de las frases del Nobel de literatura Harold Pinter, ha sido sustituida por un ritmo cansino y vacuo que se rompe de tanto tirar de él, como si de un chicle masticado hasta la saciedad se tratara.
Las buenas intenciones de crítica socio-política a modo de sátira del funcionamiento burocrático y jerárquico de ciertas instituciones y gobiernos, a través del retrato de un pabellón psiquiátrico que presentara Pinter, quedan aquí desdibujadas y, en vez de lograr servirse del teatro de lo absurdo para mostrar las intrigas usadas al medrar dentro del sistema, quedan absurdamente retratadas por carecer de tensión entre lo real y lo presupuesto o sospechado. No logran convencer de lo oculto porque tan siquiera convence lo aparente.
El día de Navidad, en una sugerida clínica de reposo, el director es informado de la muerte del paciente 6457 y del nacimiento de un bebé por el alumbramiento de la paciente 6459, sucesos que desencadenarán una crisis comprometedora para los diferentes cargos del establecimiento. Pero a buen seguro que volver a ver ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’ nos sugestionará más sobre un “espacio en el que se ha instalado el horror y la aniquilación psíquica y total, la negligencia y el desamparo y, cómo no, el asesinato, la desaparición impune, y el mutismo institucional (...)”, según reza el propio programa de mano, que quedarse hasta el final de esta función teatral en la que las escenas se atragantan sin gracia, sin confusión y sin doble sentido. Incapaz de convencernos de que este espacio simbólico que es ‘El Invernadero’ pueda denunciar el orden establecido o su imposibilidad para destruirlo. En efecto, “el teatro y la vida son partícipes del devenir político de una sociedad”, pero no siempre.