impertinencias liberales

Cerrar Cáritas

No está claro que resulte necesario contar con hasta cuatro niveles de administración (ministerio, consejería regional, cabildos y ayuntamientos) en ese mismo campo

antonio salazar

Un periodista bienintencionado afirmaba en TV sus preferencias porque, en algún momento, Cáritas pudiese cerrar. Para el pensamiento amable, si la pobreza decrece lo normal es que estas organizaciones puedan dejar de ser útiles. Sin embargo, esto no es tan evidente si uno plantea que siempre existirán personas en la sociedad que, por razones diversas, puedan vivir episodios de infortunio y merezcan nuestra atención. Nada parece más aconsejable que sea vía organizaciones privadas, cuya eficacia nadie cuestiona.

Lo que no está tan claro es si resulta necesario contar con hasta cuatro niveles de administración (ministerio, consejería regional, cabildos y ayuntamientos) en ese mismo campo, entorpeciendo la notable labor de aquellos que mejor desempeño demuestran.

Acaso, ¿no sería más lógico que lo que desapareciese fuese tanta incompetente administración y que los recursos que ahora consumen en su propio funcionamiento estuviesen dirigidos a ayudar de verdad a los que lo precisen? Da la sensación de que pensamos dentro de un esquema rígido, entendiendo que, como tenemos esas instituciones, las necesitamos y que en algún momento se van a convertir en lo que no pueden ser: eficaces.

Es ese pensamiento fijo el que nos ayuda a entender los titulares de buena parte de la prensa tras conocer el informe para Canarias de Foessa , subrayando un escenario apocalíptico y tercermundista en el que una parte considerable de la población se encuentra en situación de exclusión social mientras una minoría vive opíparamente a su costa (los plenamente integrados), instando a que sea la política quien repare el agravio.

Si uno presta atención al estudio —106 páginas—, observará que para formar parte de ese grupo privilegiado y minoritario hay que superar 35 parámetros distintos, algunos tan curiosos como el participar en las elecciones, estar enfadado con los vecinos, no tener una buena relación de pareja, ser madre soltera, haber tenido problemas con la justicia en los últimos diez años o convivir con personas sin formación. Algunos de estos pueden ser un problema incómodo, pero resultaría inaceptable equiparar esa eventualidad a una situación de exclusión o que merezcan la atención de nuestros gobernantes.

Es obvio que los escenarios dramáticos gozan de una aceptación extraordinaria por parte de prensa y políticos. Por supuesto que hay un problema y ese 6,2% de población con carencia material severa merece nuestra atención, pero están lejos ser las más de 600 mil personas con las que algunos titularon el pasado viernes equiparando nuestra situación con la de cualquier país en vías de desarrollo.

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