CONFIESO QUE HE PENSADO

Política fálica

El Senado, como en buena medida el Parlamento Europeo, se ha convertido en un cementerio de elefantes

SANTIAGO DÍAZ BRAVO

POCOS lugares resultan tan útiles en una casa como el desván, perfecto acomodo para esos muebles viejos que alguna vez nos resultaron de enorme utilidad y a los que, de tanto usarlos, acabamos por cogerles cariño. En lugar de desmontarlos y dejarlos a merced de los chamarileros, los almacenamos como quien colecciona cromos. Pero existen muchas clases de desvanes, algunos de lujo aunque los muebles que guardan sean de dudoso gusto. El más destacado de todos ellos es el Senado, esa Cámara legislativa que nos cuesta una fortuna, que a estas alturas nadie sabe explicar para qué demonios sirve y que se ha convertido en el refugio dorado para todos aquellos personajes que prestaron fieles servicios a su partido y que, de alguna forma, a ojos de sus superiores, merecen ser recompensados por tales servicios. Porque nada mejor que cobrar por hacer lo que le salga a uno del miembro fálico.

Y es que lo que el exalcalde de Santa Cruz de Tenerife Miguel Zerolo dijo en una conversación telefónica con el fallecido expresidente del Gobierno de Canarias Adán Martín, en la que trataba de convencerle de que optara a ser senador porque en tal posición uno hace «lo que le salga de la polla», no nos descubre nada nuevo, pero al menos evidencia hasta qué extremo los propios senadores son conscientes de que, sencillamente, están donde están para pasarlo bien.

El destino ha llevado a Zerolo –a quien su implicación en diversos casos judiciales debería hacerle reflexionar sobre la conveniencia de abandonar la actividad política– a ocupar años más tarde el mismo sillón que recomendaba a Adán Martín. Y ciertamente, en una muestra de contundente coherencia, lo ha hecho con la misma filosofía que defendía años atrás, esto es, tomarse el Senado como unas vacaciones pagadas. Muy bien pagadas, por cierto.

Pero que un árbol no nos impida ver el bosque, porque lo que piensa Zerolo, y lo que hace Zerolo, es lo que piensan y hacen la mayoría de quienes reposan sus posaderas durante cuatro años, algunos muchos más, en el lujoso edificio de la madrileña Plaza de la Marina Española. El Senado, como en buena medida el Parlamento Europeo, se ha convertido en un cementerio de elefantes y se ha tornado, al mismo tiempo, en el reflejo de la incapacidad de la clase política para renovarse a sí misma, empezado por renovar las instituciones que no funcionan.

Llevamos años, décadas, escuchando a diestra y siniestra que la denominada Cámara alta debe ser objeto de un profundo cambio, pero hasta ahora nadie ha movido un dedo. Acaso porque hay demasiados políticos a quienes lo que más les gusta es seguir haciendo «lo que les salga de la polla».

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