impertinencias liberales
Del pequeño Nicolás al gran Paulino
Esa naturalidad con la que aceptamos que Paulino Rivero invite a los ciudadanos a no dejarse engañar, mientras él mismo usa datos falsos para acompañar el razonamiento
A estas alturas de la crisis, pocas dudas deberían existir sobre lo dañino que resulta un Estado benefactor y gigantesco como el que padecemos. Aparte su ineficiencia económica, tiene la enorme capacidad de corromper y disolver cualquier valor preexistente. El contrato familiar puede que sea su primera víctima pero no la única, donde el Estado altera —violentando— los vínculos tradicionales entre padres e hijos, es decir, los padres se encargan de los hijos cuando no pueden valerse por sí mismos para obtener un trato recíproco en el futuro.
También socava otros valores como la idea de la responsabilidad, el respeto o el trabajo duro como vía para alcanzar el éxito del que se enseña a recelar desde las primeras etapas educativas, instaurando la idea de que todo en esta vida puede obtenerse si somos capaces de identificarlo como un derecho. Es así como actúan los gobernantes, identificando nuevos votantes a los que satisfacer. Al no ser los recursos infinitos, hay que ordenar las prioridades estableciendo para ello algunas condiciones, pudiendo atender un número determinado de casos, lo que conlleva elección.
Los ciudadanos responden a los incentivos; si, por ejemplo, el gobierno dice que establecerá una política de ayudas para madres solteras lo normal es que se presenten a su cobro madres que no quieran saber nada del padre del bebé, que es lo que le pasó al mismísimo Bill Clinton en Estados Unidos o puede leerse en cualquier foro en que chicas canarias piden información sobre las ayudas que le corresponden y que, indefectiblemente, pasan por estar solas a cargo del futuro bebé. Así que ese Estado, magnánimo, es un poderoso corruptor de las personas, haciéndolas peores, ya que tendrán que exagerar carencias o mentir deliberadamente para poder ser atendidas socialmente. Es la tesis de un libro de James Bartholomew que debería ayudarnos a reflexionar.
Pasamos muchos años conviviendo con la mentira, elevando a categoría de arte la irrupción de personajes como el Pequeño Nicolás , un impostor que, solo, o por mediación de otros, se ha dedicado a ofrecer servicios que parece estaban fuera del alcance de sus posibilidades. España lo ha celebrado en las redes sociales con humor y tirando de historia, como si estuviésemos abocados a no superar jamás a Rinconete y Cortadillo. La misma naturalidad con la que aceptamos que Paulino Rivero invite en el mismísimo Parlamento de Canarias a los ciudadanos a no dejarse engañar mientras él mismo usaba datos falsos para acompañar el razonamiento . Es lo que va del pequeño Nicolás al gran Paulino.
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